Después
del éxito que fue su primera temporada, Revenge
decidió
dar un giro a la trama y abrir las fronteras de la venganza de Amanda
Clarke. Los Grayson no eran los únicos responsables de la muerte de
su padre, sino que era la Iniciativa, una organización de la que
sabemos muy poco a pesar de que los episodios van pasando, quien
controlaba cada paso que éstos iban dando. Introducir esta
conspiración en la trama era arriesgado, y la serie no ha salido
airosa. No nos quedan claras las motivaciones de la Iniciativa ni
exactamente cómo influyó en la muerte de David Clarke, por lo que
hasta el momento simplemente ha servido de excusa para que los
Grayson no se den cuenta de que es Amanda quien está boicoteándoles
constantemente.
Casi sin que nos demos cuenta, Revenge
ha pasado de ser una serie de intrigas palaciegas en la era moderna
–con asesinatos, manipulaciones y el siempre divertido empeño de
Amanda por destruir la vida de la gente que le había arruinado la
infancia– a tratar sobre una serie de empresas que tratan de
absorberse unas a otras sin que nos importe como espectadores cuál
sobrevive. Nolan Corp ha aparecido casi de la nada, pero la faceta
del fiel escudero de la protagonista como magnate de la tecnología
no puede ser más tediosa, y más ahora que su interés romántico ha
resultado formar parte también de la Iniciativa.
Daniel
Grayson era en la primera temporada un completo estúpido que no se daba cuenta de nada de lo que ocurría a su
alrededor, y de la noche a la mañana se ha convertido en un astuto
hombre de negocios que ha conseguido robarle la empresa a su padre y
cerrar todos los acuerdos que se ha propuesto a pesar de que su madre
ha intentado impedirlo por su seguridad (la Iniciativa, ya se sabe).
No hay quien se lo crea. Si al menos el personaje nos cayera
simpático, podría preocuparnos que esté en peligro, pero ya se
empeñaron los guionistas en hacernos ver que no era mucho mejor que
sus padres.
Y
si Daniel carece de carisma, peores aún son los habitantes del bar
de mala muerte por excelencia de los Hamptons. Siempre han sido un
engorro en la serie, y esta temporada, además de arrastrar a
Charlotte –que empezaba a despuntar como personaje– a su infierno
de la indiferencia, están siendo acosados por un par de enemigos de
su padre que buscan venganza desde dentro y que probablemente cuenten
con el apoyo de todos los espectadores de la serie. Cuanto antes
acaben con ellos, antes dejaremos de escuchar las penas de esa panda
de insoportables.
En
definitiva, lo único que sigue funcionando en Revenge
es
lo que se ha mantenido intacto desde la primera temporada: los cruces
de miradas entre Emily VanCamp y Madeleine Stowe, las venganzas
episódicas que acaban con un rotulador rojo tachando una foto o la
amistad de Amanda y Nolan. ¡Ni siquiera nos cuelan algún cliffhanger al final de los capítulos que nos haga querer ver el siguiente! De hecho, si la protagonista no fuese tan
adorable a su manera, probablemente no seguiría con ella, porque no
tiene pinta de que la cosa vaya a mejorar en un futuro próximo.
Kelley parece estar satisfecho con el resultado y creer que este
pseudo thriller
en el que se ha convertido Revenge
es interesante, pero no hay más que mirar los datos de audiencia
para comprobar que los espectadores no están respondiendo muy bien. Y el problema de Revenge es que, si es aburrida, no hay en ella mucho más que rascar.
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