La quinta temporada de Fringe daba el pistoletazo de salida con un nuevo punto de inflexión (el último) que ha marcado todos y cada uno de los episodios de la misma. No había cabida en esta especie de epílogo final para la serie que ha sido durante sus primeros cuatro años: no ha habido “eventos Fringe” que vertebren los capítulos ni personajes episódicos que nos impliquen o funcionen como otra cosa que relleno de minutos. El nuevo contexto, la invasión de los observadores, ha sido en cierto modo estimulante, pero lo cierto es que no ha permitido que la serie se desenvuelva con la naturalidad de antaño. Teniendo en cuenta que esta renovación llegó in extremis y que el final de la cuarta temporada podía haber funcionado como final de serie, ¿han merecido la pena estos últimos trece episodios? En vista del final, por supuesto que sí.
Este
año la división ha tenido que enfrentarse a una legión de
superhumanos que oprimían el planeta y que eran, sobre el papel,
invencibles. Los observadores imponían respeto, y su figura ha
servido para crear escenas bastante tensas, sobre todo cuando los
protagonistas se cruzaban con alguno de ellos y tenían que evitar
que les leyeran la mente. Sin embargo, la carencia de emociones de
estos villanos –lógica, por otro lado– les ha restado interés,
y solo la lenta “humanización” de su líder, que ha llegado a
experimentar verdadero odio por Walter, Olivia y compañía, les ha
dado algún matiz.
Los
personajes han seguido siendo ellos mismos, y precisamente por eso la
última temporada de Fringe todavía
ha sido disfrutable: los 21 años que han permanecido ambarizados y
lo que ocurrió en sus vidas mientras nosotros no fuimos testigos les
ha cambiado, pero el miedo de Walter a convertirse de nuevo en aquel
genio frívolo y sin sentimientos que era antes de ingresar en el
centro de salud mental en el que nos lo encontramos en el piloto ha
sido sin duda uno de los puntos fuertes de la última entrega. En menor medida ha
funcionado la relación de Peter y Olivia, perplejos al encontrarse a
una hija que casi les iguala la edad y que ha crecido sin ellos. Etta
duró muy poco como para poder empatizar con ella y que su muerte nos
afectase, pero sí es cierto que una vez que los guionistas la
quitaron de en medio las cosas entre ellos se estabilizaron y su pérdida sirvió para implicarnos más.
Otro
error de la temporada ha sido sin duda colocar a Peter como centro absoluto de
muchos episodios. Es cierto que Olivia y Walter han sido explotados al máximo
en temporadas pasadas, pero si el personaje interpretado por Joshua
Jackson siempre ha sido una comparsa de estos dos es porque es
muchísimo menos interesante (y, reconozcámoslo, el actor es
limitadísimo). Aun así, su proceso de transformación en observador
fue interesante, aunque finalmente se quedase en nada y lo
resolvieran de manera abrupta –se ha notado que los guionistas no
tenían mucho tiempo–.
En
definitiva, ha sido la quinta una temporada cansada y poco potente,
que solo ha funcionado en momentos puntuales (a destacar el viaje dentro de la
mente de Walter en forma de sketch
animado o las incontables veces que se hacía referencia al pasado),
pero que ha desembocado en un final que ha sido prácticamente
redondo, y sin duda mucho mejor que el que habríamos tenido si la
serie no hubiera renovado. Los dos últimos episodios de la serie han
tenido un ritmo trepidante y han sintetizado todo lo que nos gusta de
Fringe: Olivia como
heroína y motor de la trama, Walter como corazón de la serie y, en
definitiva, emociones a raudales. No han faltado los guiños a los
fans, que van más allá de esa dedicatoria oculta: el viaje al
universo alternativo completamente gratuito pero que estoy seguro que
todos disfrutamos (echaba mucho de menos a AltLivia y Lincoln), la
carnicería final en la que gasean a los observadores con algunos de
los “eventos” más memorables de estos cinco años, los poderes
mentales de Olivia más desatados que nunca mientras la ciudad entera
se apaga tras ella, la aparición estelar de Gene ambarizada, Walter
pronunciando bien el nombre de Astrid, el significativo tulipán
blanco con el que cierra la serie y un sinfín de detalles más que
hacen que dé igual que la paradoja temporal no esté todo lo bien
atada que podría.
Fringe es
(era) pura ciencia y mitología, pero siempre al servicio de unos
protagonistas muy interesantes que han sido su sello de identidad y
la razón por la que la voy a echar tanto de menos, pues se queda
guardada en mi memoria como una de las series que más he disfrutado.
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