La comedia romántica es un género que ha dejado de funcionar en taquilla. Se ha comentado en muchos medios especializados, y muchos tratan de desentrañar los motivos de esta debacle. El más lógico, bajo mi punto de vista, es que el nicho de público de este género ya no está interesado en revivir la misma tópica historia con distintas caras una y otra vez. Los fracasos del 2012, de hecho, no están necesariamente ligados a una escasez de ideas o talento. El cine indie se está adentrando en el género de manera cada vez menos tímida, generando varios títulos muy originales e interesantes que al menos se esfuerzan en aportar algo a los espectadores más allá de un entretenimiento de usar y tirar. Fijándonos solo el último año, podemos destacar El amigo de mi hermana, Liberal Arts, Safety not guaranteed o Buscando un amigo para el fin del mundo.
Es curioso, además, que justo cuando la supervivencia del género se está poniendo en entredicho, aparezca algo como Silver Linings Playbook y se convierta en la primera película en treinta años que consigue estar nominada a las siete categorías principales de los Óscar: mejor película, dirección, guión, actor y actriz principales y actor y actriz secundarios.
Y
antes de verla, guiándonos solo por el tráiler, puede resultar
incomprensible. No es que la comedia romántica sea un género despreciado sistemáticamente por los académicos (recordemos que The
Artist ganó el año pasado y lo
era), pero sorprende que ésta lo sea de manera tan clara y aun así los votantes no
hayan tenido reparos en verla (ni en enamorarse de ella). Sin embargo, cuando vemos la nueva obra de David O. Russel (The Fighter), se despejan todas las dudas que podamos tener acerca de su buena acogida, porque es un film
muy coherente consigo mismo, que no tiene fallos significativos y no se queda a
medias en nada de lo que pretende.
Silver Linings
es a su modo una película valiente, que no maquilla su naturaleza mezclándola otros géneros. Centra su historia en un
romance entre dos personajes que sabemos en todo momento cómo va a
acabar, y que apuesta firmemente por la comedia –de carcajada incluso– sin que esto le impida dibujar unos personajes complejos e interesantes. Tenemos a Pat (Bradley
Cooper), que acaba de salir de una institución mental en la que ingresó durante ocho meses por reaccionar de manera violenta a la infidelidad de su mujer, y a Tiffany (Jennifer Lawrence), una joven viuda que se niega a
aceptar la muerte de su marido y que utiliza el sexo como método de
evasión. Cierra el círculo el padre del protagonista, interpretado por Robert
de Niro, con una obsesión compulsiva y altas dosis de superstición que le hacen brillar y ser interesante sin tener demasiados minutos.
Aunque está muy bien escrita, la película no funcionaría si no fuera porque los actores
hacen un gran trabajo. Bradley Cooper demuestra que si no ha destacado nunca es porque los papeles que interpretaba no se lo
permitían, De Niro está espléndido en uno de sus secundarios más
simpáticos y peculiares desde Stardust
y Jennifer Lawrence demuestra que no es flor de un día (Winter's
Bone),
sino que ha llegado a Hollywood para quedarse. Podría perfectamente
quitarle el Óscar a Emmanuelle Riva y Jessica Chastain y a mí no
me parecería mal.
Y es que El lado bueno de las
cosas, como se llama en España,
nos lo muestra todo desde un prisma optimista, aunque en absoluto
edulcorado. No es derrotista, exalta la vida sin alegorías ni
recovecos, invita a levantarse y a afrontar los problemas con un
final que inyecta entusiasmo y recuerda un poco a Pequeña
Miss Sunshine. Sus personajes
absolutamente humanos, con los que se conecta desde su primera
aparición, la convierten en inolvidable.
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