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lunes, 3 de septiembre de 2012

Cine de verano


Pixar no es un director. Parece una tontería decirlo porque es obvio, pero el hecho de que la compañía, a lo largo de su ya no tan corta vida, haya lanzado películas de animación una tras otra de calidad más que notable y sin sonoros tropiezos (salvo Cars 2 el año pasado) ha hecho que se valore el trabajo dentro de la organización como se examina la carrera de un director. Y, a pesar de que son muchos los trabajadores que participan en todos los proyectos de la casa, Los Increíbles, Buscando a Nemo, Up y Brave son obras de directores distintos, cada uno responsable en última instancia del resultado final. Porque una cosa es que Pixar, como empresa, exija que sus películas sean bastante más que una fuente ilimitada de ingresos por merchandising y conceda libertad creativa a sus empleados para desarrollar proyectos arriesgados, y otra muy distinta que debamos esperar el mismo riesgo creativo en todos los productos que se gestan bajo sus infraestructuras.

Porque Brave, el estreno de la factoría de este verano, puede ser más clásica que algunas de sus predecesoras, con una historia ya contada y un final bastante previsible, pero es tan equilibradamente emotiva y divertida como cabría esperar. Con ella, Pixar se vuelve a proclamar la reina del humor físico, con escenas simples y absurdas con las que no se puede evitar soltar una carcajada. Además, cuenta con diálogos bastante ágiles y bien escritos, y la relación entre Mérida, la protagonista, y su madre, deja unos cuantos momentos que consiguen conmover al espectador sin caer en largos discursos ni en sensiblería barata (hay una escena especialmente inspirada en la que las protagonistas se hablan sin hablarse). En resumen, que tiene todos los ingredientes para gustar. Por otro lado, el perfeccionismo técnico de la animación cada vez va a más, y en Brave se observa en la magnificencia de los planos irlandeses, el hipnótico pelo de Mérida o la animación de los osos que aparecen en la película. Una delicia visual incontestable.

Y no nos engañemos, las premisas pueden ser más o menos locas (una empresa de monstruos que asustan a niños a domicilio, un anciano que quiere atravesar el mundo haciendo volar su casa con un puñado de globos o una rata que quiere ser cocinera), pero al final todas las historias de Pixar son cuentos sobre la superación personal. Y como este tipo de historias, si están bien hechas, funcionan a la perfección y conectan con el público, las películas de Pixar siempre están entre lo mejor del año. Aunque he de confesar que no tengo fe ciega en ellos, y el anuncio de las nuevas secuelas/precuelas de Monstruos S.A. y Buscando a Nemo me da un poco de miedo. A ver qué les sale.

Que Shakespeare in Love ganase el Oscar a la mejor película (y directamente arrasase) en 1998 acabó haciéndole más mal que bien a John Madden. No solo la película recibió un backlash tremendo, sino que el propio director no ha vuelto a trabajar en ningún proyecto lo suficientemente ambicioso como para acabar de hacerse un nombre. En vez de eso, se ha dedicado a hacer películas más sencillas, como Proof (que a mí me encanta porque Gwyneth Paltrow haciendo de loca desquiciada siempre es un plus) o La Deuda (aquel interesante thriller de espías ambientado en los años sesenta), que no aspiran a más que entretener (o recaudar, según se mire). Su apuesta segura de este año era El exótico Hotel Marigold, una dramedia sobre la tercera edad que cuenta el viaje de jubilación de unos ancianos a un destartalado hotel de la India.

Y la verdad es que el único adjetivo que se me ocurre para describir a la película es “decepcionante”. Y es triste que una película con unas aspiraciones tan limitadas decepcione. El final de las historias es muy previsible, cosa que no importaría demasiado si el desarrollo fuese medianamente divertido, pero tuve que luchar contra el sueño para acabar de verla. De hecho, John Madden le debe muchísimo a Maggie Smith, la lanzadora de one liners por excelencia (últimamente la hemos visto hacerlo en Downton Abbey, en Gosford Park y hasta en el cierre de Harry Potter, en el que su personaje aparece cinco minutos y roba la función). La veterana actriz tiene un personaje carismático y divertido que levanta un poco el nivel medio de la película. Por lo demás, nos encontramos un reparto estelar desaprovechado en un resultado final muy mediocre.

domingo, 1 de abril de 2012

Para ser un pez payaso tiene poca gracia

Como hablé de Once Upon a Time el otro día y estoy empeñado en demostrar que tengo una edad mental de once años, hoy me dispongo a hablar de una de las películas que más veces he visto en mi vida, si no la que más. Sí, amigos, estoy hablando de “Finding Nemo”, la película de Pixar en la que Marlin, un pez payaso con muy poca gracia, recorre el océano hasta llegar a Sidney para recuperar a su hijo, Nemo, que se encuentra atrapado en el acuario de la consulta de un dentista.

Cuando se habla de las obras maestras que ha producido Pixar se suelen mencionar en primer lugar Up y Toy Story 3, que se colocaron en la cima de la productora consiguiendo sendas nominaciones a los Oscars no sólo como mejor película de animación, sino como mejor película a secas. Ambas se caracterizan, además de por la perfección técnica y por un sentido del humor destinado a niños con guiños al público adulto, por su capacidad para tocar la fibra sensible de manera extraordinaria. Y aunque todos coincidimos en que hay pocas manchas en el historial de Pixar, nos olvidamos a veces de que con Wall•E se atrevieron a hacer una película casi muda en 2008 o que Buscando a Nemo, sin llegar al estallido emocional que provoca Up, también es una cinta que trasciende el mero entretenimiento infantil. La compañía ha sido grande desde que nació.

Nemo se estrenó allá por 2003, cuando yo tenía 10 años, y a esa edad ya se sabe que si una película te entusiasma corres el riesgo de rayar el DVD. No me atrevería a clasificarla como mi película favorita, pero durante unos años hizo que mi vocación fuese la biología marina: más allá de su humor, su trasfondo o sus carismáticos personajes, lo primero que sorprende es lo bien que aprovecha el universo submarino (una virtud que también tiene otra película que vi hace poco, por cierto, Ponyo en el acantilado). Yo desde entonces flipo con las mantas rayas. Y durante estos nueve años, de vez en cuando, me sigue apeteciendo sacar el DVD de su caja y sumergirme (patapám, pish!) en ella.

Luego están la relación paternofilial entre Marlin y Nemo, que crean en tres escenas y sirve de perfecta base para una aventura tan épica; la entrañable y alocada Dory (mención especial para el doblaje de Anabel Alonso, que lo hace más que bien); los diálogos chispeantes o los habitantes del acuario de la consulta del dentista, a cada cual más loco. Todos estos elementos, que destacan en un momento u otro, consiguen que muchos años después siga disfrutando de ella como cuando tenía diez años. Sinceramente, Buscando a Nemo me parece incluso mejor que Toy Story 3. Esta rodeada por ese aura especial que sólo ciertas películas tienen (Cómo entrenar a tu dragón sería otro ejemplo): te pone de buen humor con facilidad, vuelves a ser un niño un rato y te olvidas de que el mundo es una mierda. Además, Nemo no tendrá la crudeza de Up, pero durante los últimos minutos llega a conmoverte.