La nueva temporada de The Good Wife está recibiendo
muchas más críticas de lo normal por parte de los espectadores. Después de
tres años siendo casi intocable, parece que les ha llegado el turno a
los abogados de nuestro bufete favorito de encontrarse en el punto de mira.
Yo probablemente no sea objetivo, que por algo es mi serie predilecta, pero
lo cierto es que no tengo demasiadas quejas en lo que a esta
temporada respecta. Los episodios me siguen resultando tan amenos
como siempre, el protagonismo entre los diferentes personajes está
más equilibrado que nunca y la campaña política de Peter Florrick
me interesa (ninguna serie actual refleja la política norteamericana
tan bien como ésta).
El
tema más polémico parece ser la trama que protagoniza Kalinda
(Archie Panjabi, antes de nada, me parece que está haciendo un gran
trabajo este año). Con la llegada de Nick, el personaje se ha
adentrado en una trama quizá demasiado turbia y que a mucha gente
parece no encajarle con el tono de la serie. No estoy nada de
acuerdo, en primer lugar porque echaba en falta algo más de
protagonismo para Kalinda la temporada pasada, y me parece
interesante que un personaje que nos importa tanto como ella esté
inmerso en un conflicto de tales dimensiones. Que el tono no sea el
habitual de los pasillos de Lockhart/Gardner no me molesta, pues
también chocó en su momento el famoso “momento bate” o las
escenas de sexo implícito que había protagonizado. De hecho, no me
parece que el tono diste mucho del de aquella lucha de titanes contra
Blake Calamar, solo que ahora estamos viendo una faceta mucho más
vulnerable del personaje (y eso para mí es un plus, dicho sea de
paso).
Creo
que hemos abusado al utilizar la palabra “elegante” a la hora de
describir la serie del matrimonio King. Lo es, en efecto, pero eso no
debería impedirle tocar ciertos temas si lo hace bien, y creo que
de momento no se ha pillado los dedos. De lo que sí deberíamos
mentalizarnos es de
que este año nos va a tocar sufrir con la serie. Y con sufrir no
hablo de una tensión sexual que no se resuelve como nos gustaría o
una derrota en los tribunales, sino a sufrir de verdad, como hasta
ahora no habíamos hecho con la serie. Llegados a este punto, los
personajes no son intocables y se nota.
A
una Kalinda contra las cuerdas se le une Cary, el principal afectado
por los daños colaterales de su trama y al que ya estaban tardando
en dar un poco de protagonismo. Alicia, por su lado, prefiere no pararse de momento a pensar en el caos que es su vida, pero lo cierto es que su trabajo pende de un hilo, se ve
diariamente acosada por la prensa, sus hijos se
van alejando cada vez más de ella y, por sorprendente que resulte
tres años después, su relación con Peter es ahora mismo lo más
positivo que la rodea. La crisis económica del bufete nunca había
sido tan extrema (obligándoles a tomar medidas desesperadas que a
veces rozan lo despreciable), y Will, además, es la comidilla del
mundo legal tras su suspensión.
¿Muchos
frentes abiertos? Tal vez, pero creo que de momento están sabiendo
jugar con todos ellos de manera equilibrada. Lo que tengo claro es
que me parecería mucho peor que en la serie no se notase la
inestabilidad que predomina ahora mismo y la cosa estuviera más
calmada. Una serie puede ser “elegante” y no por ello menos dura
o vacía de contenido. Por el camino, The Good Wife
sigue enseñándonos que la ley es la ley y adentrándose en cada
recoveco del sistema judicial, una constante desde su brillante
piloto. Además, este año, por primera vez desde la primera
temporada, Alicia, Cary y Kalinda están trabajando codo con codo sin
rencillas de fondo, algo que personalmente agradezco mucho y me
encanta ver en pantalla. Y como siempre, estamos gozando de la presencia de mil estrellas invitadas. El personaje de Amanda Peet me está gustando, el de Maura Tierney aún puede dar mucho juego y las apariciones de Christina Ricci y Denis O'Hare (ya un habitual) han sido divertidísimas. A ver si nos reencontramos pronto con Michael J. Fox también.
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