Nota: Spoilers a mansalva de la tercera temporada de Downton Abbey.
Downton Abbey,
el drama de época de Julian Fellowes, se despidió el domingo
por la noche de la audiencia británica y nos dejó, como cada año,
con un importante síndrome de abstinencia. Si algo se ha mantenido
constante en estos tres años es la velocidad a la que se entrelazan
las tramas a lo largo de sus episodios. Y, al tener temporadas más
cortas –este año de ocho episodios–, la espera se hace más
larga de lo normal. Su creador ya ha anunciado que habrá cuarta
temporada, pero salvo sorpresa mayúscula no la veremos hasta otoño
de 2013, así que en el fondo es de agradecer que no hayan querido
entrar en complicados cliffhanger que
dejen la trama en suspenso (aunque aún nos queda por ver el especial
de navidad). Esto, de todas formas, no significa que el final no sea
criticable.
Recordemos
que la segunda temporada ya fue bastante criticada por los brutales
saltos en el tiempo que daba la narración y que rompían la
coherencia de algunas tramas, además de por ser excesivamente
culebronesca (el centro de las tramas lo ocuparon Mary y Matthew con
su tira y afloja y la larga agonía que hubieron de soportar Anna y
Bates para poder casarse).
Sin
embargo, esta temporada nada de eso puede echársele en cara a
Downton Abbey. Por un lado, porque los saltos en el tiempo no han sido tan
exagerados como el año pasado, y han servido sobre todo para
quitarse obstáculos de en medio (el luto por Sybil, la búsqueda de
testigos que pudieran librar a Bates de la cárcel). Y por otro,
porque las tramas propias de un culebrón han seguido estando ahí
(Downton nunca ha
negado su propia naturaleza), pero al igual que el primer año, han
sabido aderezarlo todo con la vocación de retrato de una época que
se perdió casi por completo en la segunda temporada, donde la guerra
no servía más que para generar conflicto entre algunos personajes.
La
Inglaterra de la posguerra no es la misma que la de principios de
siglo, y se ha notado en los aires de cambio que los protagonistas
han respirado. Lo que empezó siendo una quiebra por la mala gestión
de Robert Crawley ha acabado ejemplificando la caída de la nobleza y
las grandes casas a lo largo del siglo XX. Downton ha resistido, pero
la gestión Matthew y Branson, que tienen que batallar con Lord
Grantham casi a diario para que se dé cuenta de que no puede
sentarse a verlas venir, nos recuerda que la estabilidad es
momentánea. Otras tramas, como las de Ethel y Thomas (Rob James-Collier ha sido la revelación a nivel interpretativo de este
año), han servido para hablar de los férreos prejuicios sociales en
una época en la que las prostitutas eran poco menos que lapidadas
públicamente y la homosexualidad estaba penada por ley.
Y
todos los personajes han crecido en cierto modo: los one
liners de la Condesa Viuda de
Grantham (la premiada Maggie Smith) han sido mejores que nunca, y
Carson le sigue de cerca (“¡No me han llamado liberal en
mi vida, y no tengo intención de que empiecen a hacerlo ahora!”).
Lady Edith ha sido, si cabe, aún más maltratada por los guionistas;
la pérdida de Sybil –una decisión tan arriesgada como lógica–
ha mostrado el lado más frágil de Cora (y ha permitido que
Elizabeth McGovern se luzca como hasta ahora no había podido); el
matrimonio entre Mary y Matthew ha sacado a relucir la parte más
manipuladora de la primera sin que nos caiga mal; el sufrimiento de
Thomas, que a veces parecía un 'malo' muy caricaturesco, le ha dado
muchos más matices al personaje; hemos visto un lado bastante oscuro
de Bates (el personaje más odioso de la serie con diferencia); y Lord Grantham, perdido entre tanta revolución, ha sido
por primera vez un personaje interesante (la nominación a Hugh Bonneville en los pasados Emmy es incomprensible).
La
cruz de la moneda la ponen los triángulos amorosos entre los
criados más jóvenes, además del final de temporada: los guionistas siguen
empeñados en que todos los personajes nos caigan bien y en dejarnos
un buen sabor de boca en cada cierre. Ya lo hicieron el año pasado,
aunque era más comprensible al tratarse de un especial de navidad, y
han vuelto a repetir. Sobredosis de azucar y buen rollo, con una casa
llena de nobles conservadores que aceptan sin reparos la
homosexualidad de Thomas y acogen con los brazos abiertos al suegro
viudo al que hace unos meses odiaban (por no hablar de lo bien que le
sale todo a Ethel, que podrá empezar una nueva vida y además ver
a su hijo todos los días). Este final en realidad no es tal, porque
habrá nuevo especial de navidad, pero no confío en que sea mucho
menos azucarado. Y es que cierres como este restan credibilidad al
retrato de los años 20 que la serie pretende hacer. Por lo demás,
Downton Abbey ha
cerrado la que en mi opinión ha sido su mejor temporada.
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