martes, 6 de noviembre de 2012

La azucarada despedida de los Grantham

Nota: Spoilers a mansalva de la tercera temporada de Downton Abbey.

Downton Abbey, el drama de época de Julian Fellowes, se despidió el domingo por la noche de la audiencia británica y nos dejó, como cada año, con un importante síndrome de abstinencia. Si algo se ha mantenido constante en estos tres años es la velocidad a la que se entrelazan las tramas a lo largo de sus episodios. Y, al tener temporadas más cortas –este año de ocho episodios–, la espera se hace más larga de lo normal. Su creador ya ha anunciado que habrá cuarta temporada, pero salvo sorpresa mayúscula no la veremos hasta otoño de 2013, así que en el fondo es de agradecer que no hayan querido entrar en complicados cliffhanger que dejen la trama en suspenso (aunque aún nos queda por ver el especial de navidad). Esto, de todas formas, no significa que el final no sea criticable.

Recordemos que la segunda temporada ya fue bastante criticada por los brutales saltos en el tiempo que daba la narración y que rompían la coherencia de algunas tramas, además de por ser excesivamente culebronesca (el centro de las tramas lo ocuparon Mary y Matthew con su tira y afloja y la larga agonía que hubieron de soportar Anna y Bates para poder casarse).

Sin embargo, esta temporada nada de eso puede echársele en cara a Downton Abbey. Por un lado, porque los saltos en el tiempo no han sido tan exagerados como el año pasado, y han servido sobre todo para quitarse obstáculos de en medio (el luto por Sybil, la búsqueda de testigos que pudieran librar a Bates de la cárcel). Y por otro, porque las tramas propias de un culebrón han seguido estando ahí (Downton nunca ha negado su propia naturaleza), pero al igual que el primer año, han sabido aderezarlo todo con la vocación de retrato de una época que se perdió casi por completo en la segunda temporada, donde la guerra no servía más que para generar conflicto entre algunos personajes.

La Inglaterra de la posguerra no es la misma que la de principios de siglo, y se ha notado en los aires de cambio que los protagonistas han respirado. Lo que empezó siendo una quiebra por la mala gestión de Robert Crawley ha acabado ejemplificando la caída de la nobleza y las grandes casas a lo largo del siglo XX. Downton ha resistido, pero la gestión Matthew y Branson, que tienen que batallar con Lord Grantham casi a diario para que se dé cuenta de que no puede sentarse a verlas venir, nos recuerda que la estabilidad es momentánea. Otras tramas, como las de Ethel y Thomas (Rob James-Collier ha sido la revelación a nivel interpretativo de este año), han servido para hablar de los férreos prejuicios sociales en una época en la que las prostitutas eran poco menos que lapidadas públicamente y la homosexualidad estaba penada por ley.

Y todos los personajes han crecido en cierto modo: los one liners de la Condesa Viuda de Grantham (la premiada Maggie Smith) han sido mejores que nunca, y Carson le sigue de cerca (“¡No me han llamado liberal en mi vida, y no tengo intención de que empiecen a hacerlo ahora!”). Lady Edith ha sido, si cabe, aún más maltratada por los guionistas; la pérdida de Sybil –una decisión tan arriesgada como lógica– ha mostrado el lado más frágil de Cora (y ha permitido que Elizabeth McGovern se luzca como hasta ahora no había podido); el matrimonio entre Mary y Matthew ha sacado a relucir la parte más manipuladora de la primera sin que nos caiga mal; el sufrimiento de Thomas, que a veces parecía un 'malo' muy caricaturesco, le ha dado muchos más matices al personaje; hemos visto un lado bastante oscuro de Bates (el personaje más odioso de la serie con diferencia); y Lord Grantham, perdido entre tanta revolución, ha sido por primera vez un personaje interesante (la nominación a Hugh Bonneville en los pasados Emmy es incomprensible).

La cruz de la moneda la ponen los triángulos amorosos entre los criados más jóvenes, además del final de temporada: los guionistas siguen empeñados en que todos los personajes nos caigan bien y en dejarnos un buen sabor de boca en cada cierre. Ya lo hicieron el año pasado, aunque era más comprensible al tratarse de un especial de navidad, y han vuelto a repetir. Sobredosis de azucar y buen rollo, con una casa llena de nobles conservadores que aceptan sin reparos la homosexualidad de Thomas y acogen con los brazos abiertos al suegro viudo al que hace unos meses odiaban (por no hablar de lo bien que le sale todo a Ethel, que podrá empezar una nueva vida y además ver a su hijo todos los días). Este final en realidad no es tal, porque habrá nuevo especial de navidad, pero no confío en que sea mucho menos azucarado. Y es que cierres como este restan credibilidad al retrato de los años 20 que la serie pretende hacer. Por lo demás, Downton Abbey ha cerrado la que en mi opinión ha sido su mejor temporada.

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