The Walking Dead
está haciendo con su tercera temporada lo mismo que ha hecho Downton
Abbey con la suya. Ambas series
han sabido escuchar las críticas que recibieron el año pasado y, en
base a ellas, rectificar. A la serie de los zombis se le reprochaba,
sobre todo, que tuviera demasiados episodios soporíferos y que
hubiera muchas semanas en las que los caminantes apenas aparecían.
Los guionistas han decidido atender a las exigencias de los fans (si
es que se puede llamar fans a unos espectadores que se quejan
constantemente de la serie) y aprovechar la nueva situación para que
los zombis se cuenten por decenas. De paso, han añadido unos cuantos
giros de trama en cada episodio que hacen que ver la serie sea mucho
más entretenido (la muerte de Lori no se la esperaban ni quienes
habían leído los comics).
Eso no
significa que la serie
no sea criticable, porque sigue estando plagada de actores bastante
limitados y sin ningún tipo de carisma: Danai Gurira se pasa todos
los episodios con la misma cara de odio al mundo porque el
mundo me odia a mí y a Andrew Lincoln parece que le dieron un poco de coca en el rodaje del último capítulo para que fuera tirando y ya está. Lo que sí es cierto es que los
espectadores ya estamos acostumbrados a que los personajes se dividan
en los que nos caen mal y los que nos producen absoluta indiferencia
(porque no tienen suficientes capas como para importarnos), y queda
claro que es un campo en el que no se le puede exigir mucho más a la
serie.
Bueno,
y que hayan aumentado la dosis de zombis por episodio al mismo tiempo
que los protagonistas se los quitan de en medio como si fueran moscas
ha hecho que éstos ya no se sientan como una amenaza (el barrio
residencial que se han montado esta temporada ya es el colmo, aunque
he de admitir que aporta algo de frescura a la serie). Es cierto que
The Walking Dead
siempre ha pretendido contar que los seres humanos pueden llegar a
ser peores que un no vivo –el eslogan promocional de esta temporada
no entiende de sutilezas–, pero últimamente hay ciertas escenas
que fallan a la hora de ser inquietantes.
Lo
bueno es que esta temporada tienen al Goberandor. No he leído el
cómic, pero entiendo por qué los fans estaban deseando que lo
incluyeran en la trama. La imagen que cerraba el tercer episodio, con
su colección de cabezas flotantes, ya era bastante perturbadora, y
la pelea de gladiadores al estilo zombi del quinto es directamente
nauseabunda (a pesar de que los habitantes de su oasis
disfruten como espectadores del Coliseo Romano). Pero además, la
escena en la que peina al zombi de su hija y lo calma es
probablemente lo mejor que hemos visto en la serie, porque no solo
dota al personaje de una humanidad que ya quisieran para sí los
protagonistas, sino que además resulta creíble porque David Morrissey sí es buen actor.
Por
cierto, a esta temporada hay que reconocerle también el mérito de
haberse quitado de en medio a Lori, por el riesgo y por la forma en
que lo han hecho. Han logrado que un trío de personajes que no
pueden ser más odiosos consigan ponernos los pelos de punta por lo cruel de su situación. Y eso,
la verdad, es bastante complicado.
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