Esta entrada es bastante anacrónica porque hace meses que acabó la quinta temporada de Mad Men y faltan otros tantos para que arranque la sexta, pero yo estoy poniéndome ahora al día con los publicistas de Sterling Cooper Draper Pryce, y por si acaso alguien no la lleva al día aviso de que hay spoilers hasta el episodio 5x05.
Pete Campbell era hasta ahora mi personaje favorito de Mad Men. Puede que en la primera temporada ya nos mostraran que estaba dispuesto a todo con tal de ascender en la empresa y a los pocos episodios le estuviera siendo infiel a su prometida (que, recordemos, es Alison Brie), pero las dos cosas se podían justificar en cierto modo. Pete siempre ha sido un personaje lleno de frustraciones al que las cosas no le han salido demasiado bien, así que su actitud de odio hacia el mundo era comprensible si no había hecho otra mas que llevarse palos. Porque ser ambicioso no tiene por qué ser algo malo, ni mucho menos condenable en un contexto en el que todos son peores que él.
A lo largo de las temporadas, además, hemos visto cómo Pete se rompía los cuernos para conseguir clientes para Sterling Cooper sin que nadie le agradeciese nunca nada. Siempre ha tenido que compartir el mérito con alguien o sus logros han sido pasados completamente por alto. De hecho, al formarse la nueva empresa ni siquiera hubo un hueco para su apellido en el nombre. Pese a ser socio, tuvo que conformarse con un despacho enano en el que no entraba la luz del sol. Y, por si fuera poco, su vida personal no compensaba en absoluto: sus suegros le odiaban y él no era capaz de darle un hijo a su mujer, lo que suponía un duro golpe para su hombría en plenos años sesenta. Mientras, Roger Sterling se sentaba de brazos cruzados en un despacho enorme y vivía de las rentas.
Pero a lo largo de la cuarta temporada y tras el arranque de la quinta parecía que las cosas podían mejorar para Campbell. Su mujer se había quedado embarazada, su matrimonio atravesaba un buen momento, su trabajo en la empresa estaba empezando a ser reconocido... Pero nada de eso parece ser suficiente para Pete, que no ha tenido problemas en ponerle los cuernos a Trudy a la primera de cambio. No es tan importante la infidelidad en sí (ya lo ha hecho antes, pero siempre con mujeres que han significado algo para él), sino que haya sido con la primera prostituta con la que ha tenido ocasión. Como espectador no puedo justificar algo así si no me muestran una frustración matrimonial que hasta ahora no he visto (al menos no demasiado marcada). Trudy tiene sus cosas, pero Pete siempre ha parecido quererla.
Por si fuera poco, y aunque ya ha conseguido un despacho mejor, varias cuentas nuevas y el reconocimiento de la mayoría de sus compañeros, no ha tenido problema en robarle un cliente a Lane Pryce, probablemente el ser más bondadoso que hay en Mad Men, y burlarse de él de la forma más cruel posible. Al final los guionistas han conseguido que el puñetazo que recibe sepa a gloria.
Y aún así, Pete no es el ser humano más horrible que se pasea por la agencia. Don Draper debe ser el personaje más hipócrita y arrogante que ha dado la televisión, y Roger Sterling también es bastante despreciable, aunque es consciente de ello y no finge lo contrario (y además es difícil odiarlo porque sus frases lapidarias están al nivel de las de Maggie Smith en Downton Abbey). Al menos Pete consigue hacernos creer de vez en cuando que es un desgraciado.
P.D.: La quinta temporada de Mad Men me está pareciendo, si no la mejor (es pronto para juzgar), la más divertida de toda la serie.
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