Fringe
es una serie con suerte. A pesar de sus nefastas audiencias, Fox
anunció ayer que tendremos la ansiada quinta y última temporada de
trece episodios que servirá para cerrar las tramas y despedir a la
serie como se merece. Y aunque me alegro muchísimo por la noticia,
también reconozco que la cuarta temporada de Fringe
ha bajado un poco el nivel. Este año, más que nunca, se han visto
algunos de los fallos de los que adolece la serie y han tenido algún
que otro episodio aburrido. Como a estas alturas de la película es
muy complicado hablar de Fringe
sin spoilers, si no la
lleváis al día, mejor que no sigáis leyendo. Y si no la veis, echadle un vistazo a este video.
No
quiero crucificar a la serie, porque me sigue gustando mucho. De
hecho, mientras que algunos se quejaron del reseteo que ésta sufrió
al principio de la temporada, a mí me pareció muy interesante: el
vacío de Olivia Dunham y Walter Bishop fue un ejemplo más de lo
grande que puede llegar a ser esta serie. Fringe ha
conseguido una vez más mostrarnos nuevas facetas de unos personajes
excelentes que son el ejemplo audiovisual del “Yo soy yo y mis
circunstancias” de Ortega y Gasset.
Sin
embargo, y como ya sucedió en la tercera temporada, el buen pulso y
la constancia con la que arrancaron flojeó después de navidades. Si
el año pasado comenzaron a quemar trama en una huida hacia adelante
con momentos loquísimos (la campana de William Bell), este año han
pecado justo de lo contrario. Como si se supiesen ya impunes y la
sombra de la cancelación no planeara sobre ellos, se empeñaron en
hacernos creer que el ámbar era un universo más (mientras los
títulos de crédito se volvían cada vez más azules) y que Peter
Bishop regresaría a casa en cualquier momento, a un hogar en el que
le esperaban su Olivia y su Walter.
De
haber sido así, la nueva línea temporal presentada se habría
quedado en nada y al final optaron por lo más sensato e hicieron que
Olivia recordase. Pero mientras que Olivia vuelve a ser nuestra
Olivia, Walter en ningún momento recuerda a su hijo y no hay
indicios de que empiece a hacerlo, cosa que no me explico. Lincoln,
encima, ha tenido que cambiar de universo cual pagafantas
y parece que se tendrá que “conformar” con la Olivia alternativa
en un giro rapidísimo en el que se han llevado a su doppelgänger
por delante. Por otro lado, la relación de Peter con Olivia está
desgastada y no desprende la chispa de antaño (más por Joshua Jackson que por Anna Torv, que sigue haciendo un trabajo de Emmy).
Los guionistas lo saben y desde que volvieron apenas los hemos visto
juntos.
En vez
de eso, parece que están buscando un nuevo hilo conductor de la
historia, probando varios y sin decantarse por ninguno. Cuando vi el
barco con los “monstruos” (muchos de la primera temporada), pensé
que ese era el camino que iban a seguir de cara al final, pero no se
ha vuelto a saber nada. Y mientras David Robert Jones está
intentando destruir los universos, también nos han presentado en el
último episodio un mundo distópico en el que los observadores
dominan la tierra (la explicación de qué son me gustó mucho y me
convenció, por cierto).
Aún
así, confío en que tendrán muy bien planeada la última temporada
y dejarán de dar palos de ciego. Nos espera una recta final de
infarto hasta llegar a los cien episodios. Y muchos de esos cien podrían pasar a la historia de la televisión si esta serie la viese alguien.
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