Once Upon a Time
no solo fue una de las revelaciones de la pasada temporada
televisiva, sino que también fue uno de mis estrenos favoritos. Sin
ser un drama complejo, sí que es una serie entretenida como pocas, y
pese a sus fallos (esos cromas tan malos que son geniales o sus “buenos” despreciables) es una
imprescindible en mi calendario semanal. Quienes la sigan al día (y
si no mejor que dejéis de leer porque habrá spoilers), sabrán que el final de la primera temporada fue muy valiente
rompiendo la maldición, trayendo la magia a Storybrooke y cambiando
el esquema de lo que había sido la serie en su primera temporada.
Once afronta su
segundo año con unos personajes que compaginan varias
personalidades, lo que les ha dotado de una profundidad que no tenían, y ahora que las
cartas están sobre la mesa no hay excusas para detener la acción y
el resultado está siendo un arranque de temporada bastante
divertido.
Ahora
que Snow y Charming están separados, la primera está ganando
bastantes puntos (no por nada Ginnifer Goodwin es una de las pocas
intérpretes decentes de la serie). La relación amorosa entre
Blancanieves y el Príncipe era uno de los puntos flacos de la
primera temporada porque era sumamente empalagosa y los personajes
estaban estancados en un tira y afloja demasiado surrealista. En
esta nueva temporada, Charming se está haciendo cargo de Henry
(bastante mal, por cierto) mientras el niño se encarga de manipular
emocionalmente a Regina para conseguir lo que quiere, siendo
Storybrooke otra vez la trama que más flojea a pesar de que lo
tenían todo para desarrollar enfrentamientos interesantes en el
pueblo.
La
mejor parte se la llevan Snow y Emma, perdidas en el Bosque
Encantado, donde tendrán que hacer frente a Cora, una villana mucho
más carismática que Regina, mientras encuentran la manera de llegar
a casa. Jennifer Morrison sigue con su único registro interpretativo
-sadfused face-, pero
los guionistas se están esforzando en crear una química entre las
dos que funciona bastante bien.
Quien
nunca falla es Rumpelstiltskin (o Mr. Gold), que en este arranque
sigue haciendo gala de su habilidad para la manipulación. Sus
intenciones siguen siendo un misterio para nosotros, pero ciertos
detalles, como su relación con Bella o la impotencia que siente al
saber que no puede cruzar los límites del pueblo, le han dado más
matices. Gold empieza a sentir que las cosas empiezan a escaparse de
su control, algo que me recuerda, y perdonad la comparación, a la
evolución de Ben Linus en Perdidos. Robert Carlyle, por cierto, es muy grande.
Hay,
de todas formas, muchas cosas que me chirrían aparte del
despreciable comportamiento de Henry (que es un niñato
desagradecido), como las reacciones de algunos personajes: Emma y
Blancanieves defendiendo a capa y espada a Regina; la alcaldesa que,
al enterarse de que Henry la ha engañado para poder entrar a la
cámara donde guarda los corazones, manda civilizadamente a Charming
a recoger al crío; los ciudadanos que, por miedo a Regina, deciden
mudarse en masa y perder todos sus recuerdos a pesar de que han
estado media vida gobernados por ella, etc.
De todas formas, la clave
para disfrutar de Once Upon a Time
es suspender la incredulidad y dejarse llevar a la espera del nuevo
giro que los guionistas se saquen de la manga, ya sea introducir
“dementores”, a Mulán o a Lancelot, el caballero de la Mesa
Redonda (que de cuentos clásicos infantiles tienen muy poco). La
cantidad de frentes abiertos que tienen les ha hecho desprenderse de
la estructura casi procedimental del primer año, así que ahora
cualquier cosa puede pasar. Y, sinceramente, a mí ver a Mary
Margaret improvisando un lanzallamas con un mechero y un aerosol ya
me compensa, así que pienso seguir con el cuento.
P.D.: Y la foto que acompaña la entrada es la prueba de que Ginnifer Goodwin debería dejarse el pelo largo.
P.D.: Y la foto que acompaña la entrada es la prueba de que Ginnifer Goodwin debería dejarse el pelo largo.
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