Nota: Si esta entrada tiene un tono más formal o pretencioso del que suelo utilizar para el blog es sobre todo porque está hecha para un trabajo de clase. No me lo tengáis en cuenta.
Pablo Berger llevaba siete años gestando un proyecto cinematográfico muy personal que consistía en adaptar a la gran pantalla Blancanieves, el clásico cuento de los hermanos Grimm, dotándolo de ciertas particularidades que hicieran del proyecto algo verdaderamente especial: la rodaría en blanco y negro, ambientaría la historia en la España de los años 20, eliminaría el componente fantástico y los siete enanitos serían un grupo de toreros ambulantes. Sacar un proyecto como este adelante no es fácil, pues pocos quieren invertir en una película con tan poca proyección comercial, así que no ha sido hasta 2012 que Blancanieves ha podido llegar a nuestras pantallas. Lo hace cubierta de gloria, con el favor de la crítica en el Festival de Toronto, varios premios en la Zinemaldia de San Sebastián y siendo la seleccionada por la Academia Española de Cine para representar a nuestro país en la próxima edición de los Oscar.
Sin
embargo, llega en mitad de un año duro, y no solo porque los datos
de asistencia al cine están siendo nefastos (y menos mal que ha
llegado Lo Imposible
para salvar los muebles), sino también porque es nada menos que la
tercera película que adapta la historia de Blancanieves este año.
Lo han hecho ya Tarsem Singh, con su colorista parodia en Mirror Mirror, y Rupert Sanders, con la
artificialmente épica Blancanieves y la leyenda del cazador. Las dos han sido
vapuleadas por los críticos, pero su mera existencia ya contribuye a
la saturación de los espectadores. Por si esto fuera poco, la
Blancanieves
de Berger llega un año después de que The Artist,
otra película muda y en blanco y negro, haya arrasado en los premios
Oscar. Y si bien la película de Michel Hazanavicius puede haber
abierto la veda para que los espectadores se animen a darle una
oportunidad al cine mudo, también da lugar a que los menos
informados piensen que el director se ha subido al carro tratando de
repetir el éxito.
Lo
anterior puede obstaculizar el recorrido de Blancanieves
en la carrera por el Oscar a la mejor película de habla no inglesa,
donde los rivales a batir son Amour de
Michael Haneke e Intocable,
la cinta francesa que ha arrasado en medio mundo; pero si la película
de Berger finalmente fracasa no será por su falta de calidad. En taquilla
está funcionando moderadamente bien para el tipo de producción del
que estamos hablando, y es comprensible, porque la cinta brilla con luz propia. Blancanieves
está repleta de guiños al cine mudo de los años 20, lo que
contentará al sector más "gafapasta", pero además trasciende el mero
homenaje contando una historia agridulce y muy entretenida: tras
morir su abuela, que la cuidaba, la pequeña Carmen no tiene más
remedio que irse a vivir con su padre y Encarna, una malvada
enfermera que se casó con éste para heredar su fortuna. Su
madrastra le hará la vida imposible, tratándola como una esclava y
sometiéndola a una cruel tortura psicológica, mientras que su
enfermo padre poco podrá hacer para impedirlo.
La
película profundiza en la relación entre Blancanieves y su
madrastra a un nivel nunca visto, y relata con todo lujo de detalles
la crueldad de Encarna. Maribel Verdú está fantástica
interpretando un personaje muy caricaturesco, odioso pero al mismo
tiempo muy divertido, mientras que Sofía Oria y Macarena García,
que interpretan a Carmen en las diferentes etapas de su vida, se han
presentado como auténticas revelaciones que tendrán mucho que decir
en el futuro del panorama cinematográfico español. Además,
Blancanieves
utiliza numerosos elementos del folclore y la tradición propios de
la época, reflejando con muchísimo acierto la sociedad española de
los 20 en la figura de los siete enanitos toreros, que sirven de
contrapunto cómico a la amargura del resto del relato y contribuyen
a que el ritmo de la película sea tan bueno.
La
fotografía, por su lado, es muy elegante y sabe aprovechar los
recursos del 4:3 y el blanco y negro al máximo. Junto a una banda
sonora excelente, conforman una película redonda, rematada por una
escena final grandiosa. Y es que Blancanieves
está
a un nivel tan alto que no merece la pena compararla con el resto de
adaptaciones del cuento que se han hecho este año. Y al compararla
con The Artist -aunque no debería hacerse- no palidece lo más mínimo. Hay de hecho quienes consideran que la
supera.
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