Mi profesor de técnicas de
comunicación decía que nunca se debía empezar un discurso (o un
artículo) apuntando que uno no es el más indicado para hablar de un
tema. Sin embargo, estoy seguro que habrá quienes hayan escrito algo
similar a lo que quiero exponer en este artículo de manera más
razonada y con cifras de taquilla exactas en la mano. No obstante, en una
conversación en Twitter con Markusph sobre Tengo ganas de ti,
que ha derivado en la rabia que me da que una película como
esa se convierta probablemente en el estreno español más exitoso
del año, he acabado criticando a la industria española en general. Y como 140 caracteres nunca son suficientes, allá voy:
De todo tiene que haber, o eso dicen.
Lo mismo ocurre con la industria del cine. En Estados Unidos lo saben
muy bien, y tienen claro qué películas pueden permitirse un
presupuesto de producción descomunal, porque la recaudación lo
superará con creces, y qué películas, con una temática más
independiente, deben conformarse con un presupuesto limitado y tratar
de ser rentables en su estreno en pocas salas. Obviamente, ni en
Hollywood tienen la receta exacta de la rentabilidad: John Carter
o Battleship han
supuesto grandes fracasos para sus productoras, sobre todo porque la
crítica las ha vapuleado y porque tenían mala pinta ya antes de
estrenarse. Pero en cuanto tienen entre las manos un buen producto
comercial, rompen récords (Los Vengadores
y Los Juegos del Hambre
son los ejemplos de esta primera mitad de año).
En
España, en cambio, no parecemos tenerlo tan claro: nuestro cine
sufre más de un apuro y pasa probablemente por su peor momento. En
primer lugar, porque el público está convencidísimo de que el cine
español es malo. Y quien asegure esto, o bien miente o bien no ha
visto (por nombrar sólo algunos títulos recientes) Arrugas,
Celda 211, Buried, REC, No tengas miedo, No controles, El orfanato
o Pagafantas. Si
dentro de nuestras fronteras se producen cintas de diversa temática
y género y muchas de ellas tienen una calidad notable, ¿por qué el
público piensa eso? Obviamente, la culpa es de la industria, que
invierte el grueso de la promoción en el último proyecto fallido de Almodóvar
(La piel que habito
como thriller no valía un duro) o el último exceso de Álex de la
Iglesia (hablo de Balada triste,
no de La chispa de la vida).
No
pretendo criticar a estos directores que, como es lógico, consiguen
colocar sus producciones en numerosas salas porque tienen una legión de seguidores que van a ver sus películas. Les debemos mucho, pues con
otras películas bastante mejores llegaron a colocar a España en el
punto de mira internacional. Pero que Amenábar hiciese Los Otros no significa que Ágora
sea ni medio decente, y lo mismo ocurre con otras vacas sagradas. Es
comprensible que gocen de respaldo y prestigio, que gracias a ellos a
fin de año salen las cuentas, pero quienes no simpaticen demasiado
con el tipo de cine que hacen, siendo éstos los únicos proyectos
que gozan de algo de promoción, es normal que tengan esta opinión
del cine español en general.
Por
otro año, los años que tenemos suerte, El orfanato
se convierte en la película nacional más taquillera, pero cuando
no, son la última entrega de Torrente
o esa oda al maltrato llamada A3MSC quienes ocupan el trono, fomentando aún más la pésima imagen que
los españoles tenemos de nuestro cine. Luego, y mirando sólo este
último año, Blackthorn,
Eva o Arrugas
lo pasan mal para tener un poco de promoción y estrenarse en un
número decente de salas. De hecho, si no eres mínimamente cinéfilo,
es difícil saber que existen hasta prácticamente el día del
estreno (y a veces ni eso). El caso es que son propuestas diferentes:
un western, una película de ciencia ficción y otra de animación. Y
además bastante buenas (unas más que otras) y con capacidad para gustar al gran público. ¿Alguien sabe que existen? Sí,
afortunadamente los Goya.
Los
mismos premios que, sin embargo, colman de nominaciones a La
piel que habito y a La voz dormida cuando saben de
sobra que este año ha habido producciones bastante mejores. Y,
aunque al menos las películas nombradas en el párrafo anterior se
llevaron premios en la última edición, es inevitable la sensación
de que siempre se destaca lo de siempre, que el costumbrismo impregna
todas nuestras producciones y que la endogamia domina la industria. Para
colmo, mandamos Pa Negre
(ganadora del Goya el año pasado por encima de Buried
o También la lluvia,
por cierto) a los Oscars en lugar de presentar a Almodóvar, en este
caso de manera justificada porque sabemos que los críticos
norteamericanos babean con el director.
La
conclusión que saco es que no saben, o no quieren, venderse bien.
Prefieren que el acontecimiento cinéfilo del año sea el estreno de
Mapa de los sonidos de Tokio
y que cuatro gatos se atrevan a pagar por ella. El cine de autor está
muy bien y es necesario, pero no vende, y la prueba está en la
estampida de gente que huía de las salas ante El árbol de la vida. Luego, el presidente de
la Academia de Cine lloriquea durante discursos de media hora
diciendo que los espectadores somos unos piratas que nos descargamos
sus cintas de Internet y que el gobierno les va a retirar las
subvenciones. Pero seamos justos: parte de la culpa la tienen ellos
mismos y no quieren verla. Primero que intenten que la gente vaya a las
salas a ver cine español y luego ya que se atrevan con productos más arriesgados.
Sin
visión comercial, una industria se tambalea, y dan igual los parches
que se le pongan en forma de subvenciones: si el modelo va mal hay
que cambiarlo. Y el primer paso es tener claro que una película puede ser comercial y de calidad, y que una cosa no tiene por qué quitar la otra. Algo que parece que todavía no nos acaba de quedar claro.
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