En Estados Unidos, que es donde verdaderamente importa, los datos del final también deslucen si echamos la vista atrás: de diecisiete millones de espectadores a nueve. Aun así, la Fox ha tenido mucho más respeto por ella del que la ABC ha tenido con las de Wisteria Lane: les ha dado a los responsables espacio para currarse un especial retrospectiva que conmemora lo que han sido estos ocho años de serie (que ha dado voz a todos los que han trabajado en ella delante y detrás de las cámaras) y, en definitiva, le ha dedicado una noche para despedirse por todo lo alto. Y los guionistas, por su parte, han estado a la altura de las circunstancias y han escrito un episodio final al que, personalmente, pocas pegas le puedo poner.
Soy de los que han defendido la serie con uñas y dientes a lo largo de su trayectoria. Creo que, hasta la séptima temporada, que flojeó en sus últimos episodios, la calidad de House no hizo más que subir. Había quien se quejaba de que los guionistas se negaban a hacer evolucionar al doctor, pero en mi opinión Gregory House era más complejo con el paso de los años y la interpretación de Hugh Laurie cada vez requería más matices. Los secundarios, que nunca han importado más que como comparsas del protagonista, han ido cambiando con el tiempo sin que la serie se viese demasiado afectada. Curiosamente, siempre se iban los mejores (Cameron, Trece, Masters), mientras que otros, como Foreman, bastante hostiables, nos han acompañado más tiempo del que a muchos nos gustaría.
Por suerte, a pesar de que Cuddy abandonó el barco al final de la séptima temporada, el doctor Wilson se ha quedado con nosotros hasta el final, y gracias a su permanencia, el equipo ha tenido con qué trabajar a la hora de escribir un magnífico canto del cisne.
(Y ahora ya paso a hablar del final con spoilers). El cáncer de Wilson puede, en principio, parecer un recurso fácil: ponemos en peligro a uno de los personajes principales de cara al final para colocar la nota emocional. Pero lo cierto, sin embargo, es que era hasta necesario para que House fuese medianamente crítico con la manera en que ha tratado a su mejor amigo durante todos estos años. Lo único que podríamos achacarle al final de la serie es que es demasiado redentor con el personaje, pero después de ocho años de amagos de cambio y medias tintas, sienta bastante bien que House dé el paso definitivo hacia el altruismo antes de despedirse.
Además, House se toma también su tiempo para reflexionar sobre la propia identidad. ¿Podía llegar a quererle alguien? ¿Sería capaz de ser feliz? ¿Tenía sentido su vida más allá de los puzzles que a diario tenía que resolver? Al final, durante el falso funeral en el que Wilson estalla diciendo que es un cabrón egoísta, nos damos cuenta de que fue mucho más. Lo fue para Trece, con quien llegó a desarrollar una amistad sincera aunque ninguno de los dos lo reconociese; y lo fue para cada una de las personas con las que trabajó. Convivir con él nuca fue fácil, porque prácticamente los torturaba psicológicamente, pero algo sí que le deben: sacó lo mejor de cada uno de ellos.
P.D.: Y si queréis leer un artículo en el que se habla de lo que ha hecho especial a la serie, podéis leer el de Marina Such en Series de Bolsillo. Estoy muy de acuerdo: lo mejor, las risas.
P.D.: Y si queréis leer un artículo en el que se habla de lo que ha hecho especial a la serie, podéis leer el de Marina Such en Series de Bolsillo. Estoy muy de acuerdo: lo mejor, las risas.
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