La semana pasada, El País
publicaba un artículo dedicado a El Apartamento,
la maravillosa película de Billy Wilder que ofrecían con la edición
del domingo. Y decían, entre otras muchas cosas, que pocos cineastas
habían conseguido reflejar la sociedad neoyorquina de la época como
lo hizo Wilder durante su filmografía. El Apartamento,
la que casi todos los críticos coinciden en nombrar como su obra
cumbre, no solo es una de las películas más deliciosas que he
tenido la oportunidad de ver, sino que confirma las palabras del
articulista.
En
pleno siglo XXI, cuando todos alabamos Mad Men
por su excelente ambientación y su crítica mirada a los años 60,
nos olvidamos de que siempre resulta mucho más fácil juzgar
duramente una época pasada, algo que Wilder ya se atrevía a hacer
en tiempo presente. A través de la mirada de Jack Lemmon y Shirley MacLaine, el cineasta construye una radiografía de la sociedad del
momento, barnizada con una capa de positivismo pero constituida por
existencias individuales marcadas por el vacío y el autoengaño.
C.C.
Baxter, que trabaja en una compañía de seguros de Manhattan, vive
en un modesto apartamento de la ciudad que de vez en cuando presta a
sus compañeros y superiores para que lleven allí a sus citas. Los
problemas llegan, sin embargo, cuando lo que parece una estrategia
para prosperar y escalar en la pirámide de la empresa se convierte en un círculo vicioso, al tiempo que descubre que la señorita
Kubelik, la ascensorista de la que está perdidamente enamorado, es
uno de los ligues de su jefe.
Aunque
se podría destacar la dirección de El apartamento,
que ha envejecido de maravilla y cincuenta años después todavía se
puede apreciar una fotografía cuidadísima, lo que destaca por
encima de todo en ella es su brillante guión. Wilder y Diamond
consiguieron en su momento dotar a la cinta de un ritmo ágil y
convertirla además en algo muy orgánico, pues todos los elementos y
personajes secundarios funcionan como un perfecto engranaje, haciendo
que las escenas se sucedan con una naturalidad inmejorable. De hecho,
El apartamento en
general no se ha resentido con el paso de los años, y pese a los
cientos de películas posteriores que beben de su influencia, se
disfruta enormemente con la historia de amor que plantea.
Con
una constante sonrisa y alguna leve carcajada, somos testigos de lo
arriesgado que era Wilder al arremeter con sutil acidez contra los
aspectos más turbios de una sociedad muy poco crítica consigo
misma. Pero además, tengo que apuntar que la película tiene uno de los finales más perfectos que recuerdo. Es una genialidad y el lugar que tiene en la historia del cine es más que merecido, así que no se me ocurre mejor forma de inaugurar oficialmente el blog que con ella.
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