lunes, 2 de julio de 2012

La guerra más coherente

La Guerra de Series de El País sigue en marcha, aunque no lo parezca. Tras los combates imposibles de la semana pasada (Frasier contra Juego de Tronos, Seinfield contra Perdidos...), esta semana le llega el turno de batirse en duelo a dos grandes series: House y A dos metros bajo tierra. Porque sí, ambas son grandes series, y quien lo niegue por ser una un procedimental médico de la Fox y la otra un drama familiar de la HBO, probablemente se estará dejando llevar por los prejuicios. De hecho, si lo pensamos, este enfrentamiento es probablemente el más lógico desde que arrancó esta “guerra”.

House y A dos metros bajo tierra pretenden de alguna manera lo mismo, cada una inscrita en unos códigos expresivos. Ambas hablan de la vida y la muerte, ambas tratan de personas bastante jodidas y ambas tienen un fuerte componente filosófico y existencial. Las dos son dramas a los que les gusta mucho juguetear con la comedia, y además lo hacen francamente bien porque las dos me han hecho soltar carcajadas viéndolas. Son dos series a las que el puesto no les queda grande, porque han sido brillantes en su género. Aunque, por supuesto, hay abismales diferencias entre ellas.

La serie protagonizada por el cojo cabrón del que muchos hemos sido fans durante años es mucho más discursiva. Se basa en los diálogos entre los personajes, que no dudaban en ningún momento en psicoanalizarse unos a otros, algo que a Brenda Chenowith le habría puesto de los nervios. Semana a semana nos presentaban casos médicos cuya resolución no era importante más que para el propio House, siempre obsesionado con los rompecabezas, mientras que a los espectadores lo que nos interesaba era la vida, muchas veces trágica, que los pacientes arrastraban consigo. Los secundarios de la serie también tenían sus propios problemas, aunque el centro de todo siempre ha sido el arisco doctor, que se ha resistido a cambiar con los años y que rara vez nos mostraba cómo estaba en realidad.

Como los Fisher: la familia protagonista de A dos metros bajo tierra tampoco fue dada nunca a hablar de sus emociones (si obviamos a Nate). Desde luego no se pueden comparar los problemas de los secundarios de House, salvo quizá Trece y su enfermedad, con los auténticos dramas que vivían ellos. Además, Alan Ball siempre fue un poco más sutil, aunque nunca demasiado, porque esas ensoñaciones servían para que por poco que los personajes hablaran del dolor que sentían nos sintiéramos identificados con ellos y sufriéramos lo indecible. Otro recurso habitual era que David y Nate hablaran con los muertos con los que trabajaban, que no eran en realidad más que prolongaciones de su subconsciente, algo que también le hemos visto hacer a Greg.

Sin embargo, y hablando a título personal, nunca he sufrido tanto viendo House como estoy sufriendo al ver A dos metros bajo tierra. A lo largo de estas dos primeras temporadas, más de un episodio ha conseguido dejarme completamente destrozado. Desde luego, se le pueden atribuir muchas virtudes a esta obra televisiva poética, onírica y existencial, pero su principal logro es la humanidad de cada uno de los personajes. Unos protagonistas castigados por la vida y con tendencia a tomar decisiones equivocadas que acaban dejándolos en muy mal lugar, y al espectador, que comparte sus vidas de manera brutal, completamente desolado.

Por eso, y por muy fan que sea del cojo sarcástico, no me cabe duda de quién debería ganar la lucha de hoy. Pero eso sí, House ha sido una gran serie, también muy inteligente y bien escrita (y filmada, que su fotografía era de lo mejor que se podía ver en televisión), con uno de los grandes personajes de la ficción reciente. Y eso no se debe olvidar aunque la hayan puesto a competir con un coloso como es el drama de Alan Ball.

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