domingo, 27 de enero de 2013

Pereza y tedio en los Hamptons

Hay series a las que se les puede perdonar que en momentos puntuales sean aburridas, pues lo compensan siendo estimulantes o interesantes en otro sentido; también se pueden tolerar un par de episodios de transición si las tramas que están planteando para el futuro son prometedoras, pero nada de esto está ocurriendo con Revenge en su segunda temporada. El más que digno serial de prime time que Mike E. Kelley creó para la ABC el año pasado empieza a dar graves síntomas de agotamiento, y lo más triste es que parece que el propio creador no es consciente de los errores que está cometiendo. (Spoilers de aquí en adelante)

Después del éxito que fue su primera temporada, Revenge decidió dar un giro a la trama y abrir las fronteras de la venganza de Amanda Clarke. Los Grayson no eran los únicos responsables de la muerte de su padre, sino que era la Iniciativa, una organización de la que sabemos muy poco a pesar de que los episodios van pasando, quien controlaba cada paso que éstos iban dando. Introducir esta conspiración en la trama era arriesgado, y la serie no ha salido airosa. No nos quedan claras las motivaciones de la Iniciativa ni exactamente cómo influyó en la muerte de David Clarke, por lo que hasta el momento simplemente ha servido de excusa para que los Grayson no se den cuenta de que es Amanda quien está boicoteándoles constantemente.

Casi sin que nos demos cuenta, Revenge ha pasado de ser una serie de intrigas palaciegas en la era moderna –con asesinatos, manipulaciones y el siempre divertido empeño de Amanda por destruir la vida de la gente que le había arruinado la infancia– a tratar sobre una serie de empresas que tratan de absorberse unas a otras sin que nos importe como espectadores cuál sobrevive. Nolan Corp ha aparecido casi de la nada, pero la faceta del fiel escudero de la protagonista como magnate de la tecnología no puede ser más tediosa, y más ahora que su interés romántico ha resultado formar parte también de la Iniciativa.

Daniel Grayson era en la primera temporada un completo estúpido que no se daba cuenta de nada de lo que ocurría a su alrededor, y de la noche a la mañana se ha convertido en un astuto hombre de negocios que ha conseguido robarle la empresa a su padre y cerrar todos los acuerdos que se ha propuesto a pesar de que su madre ha intentado impedirlo por su seguridad (la Iniciativa, ya se sabe). No hay quien se lo crea. Si al menos el personaje nos cayera simpático, podría preocuparnos que esté en peligro, pero ya se empeñaron los guionistas en hacernos ver que no era mucho mejor que sus padres.

Y si Daniel carece de carisma, peores aún son los habitantes del bar de mala muerte por excelencia de los Hamptons. Siempre han sido un engorro en la serie, y esta temporada, además de arrastrar a Charlotte –que empezaba a despuntar como personaje– a su infierno de la indiferencia, están siendo acosados por un par de enemigos de su padre que buscan venganza desde dentro y que probablemente cuenten con el apoyo de todos los espectadores de la serie. Cuanto antes acaben con ellos, antes dejaremos de escuchar las penas de esa panda de insoportables.

En definitiva, lo único que sigue funcionando en Revenge es lo que se ha mantenido intacto desde la primera temporada: los cruces de miradas entre Emily VanCamp y Madeleine Stowe, las venganzas episódicas que acaban con un rotulador rojo tachando una foto o la amistad de Amanda y Nolan. ¡Ni siquiera nos cuelan algún cliffhanger al final de los capítulos que nos haga querer ver el siguiente! De hecho, si la protagonista no fuese tan adorable a su manera, probablemente no seguiría con ella, porque no tiene pinta de que la cosa vaya a mejorar en un futuro próximo. Kelley parece estar satisfecho con el resultado y creer que este pseudo thriller en el que se ha convertido Revenge es interesante, pero no hay más que mirar los datos de audiencia para comprobar que los espectadores no están respondiendo muy bien. Y el problema de Revenge es que, si es aburrida, no hay en ella mucho más que rascar.

jueves, 24 de enero de 2013

El cierre de Briarcliff

Nota: En esta entrada hablo de la temporada de AHS y no me corto un pelo con los spoilers. Avisados quedáis.

El terror (o la fantasía, o el suspense, o la ciencia ficción, todo junto) supone para Ryan Murphy absoluta carta blanca. Ya hemos visto en otros de sus trabajos que el creador no tiene reparos en llevar al límite las historias que cuenta, pero escribir los guiones de American Horror Story, la antología de miniseries que produce para el canal FX, debe ser para él una experiencia orgásmica. Glee al fin y al cabo trata de enviar un mensaje positivo a los adolescentes marginados y The New Normal es poco más que un panfleto político disfrazado de comedia, pero en American Horror Story no se autoimpone ningún límite y ese siniestro rincón que tiene por mente puede dar rienda suelta a todos los excesos que le vengan a la cabeza. Si ya se vio el año pasado, este año ha quedado más claro aún con Asylum.

Defendí mucho la primera entrega de American Horror Story, además de por ser una bizarrada tremendamente adictiva, porque los últimos episodios se molestaron en retratar mejor a los Harmon (la familia que habitaba y sufría aquella casa de los horrores) haciendo que conectara con ellos. El resultado fue algo inesperadamente redondo, pues al principio eran todos una panda de no-personajes que el reparto defendía de manera increíble.

Este año, en cierto modo, la historia se repetía. Arrancaba Asylum, introduciéndonos en un perturbador manicomio a través de los ojos de Lana Winters (una fantástica Sarah Paulson que debería recibir premios de dos en dos por su interpretación). Los primeros episodios justificaban que la serie se vendiese como un producto de terror y eran francamente inquietantes. Sin embargo, como ya ocurrió el año pasado, el paso de los capítulos ha ido dejando de lado el terror para dar paso a una sucesión de tramas demenciales que han puesto contra las cuerdas a la pobre Lana, que compite con Lady Edith (Downton Abbey) por el puesto de “personaje más torturado de la temporada”.

La labor de los actores ha sido encomiable: en apenas un par de escenas todos los que repetían conseguían que nos olvidáramos de los personajes que interpretaban en la primera entrega. No hace falta decir que Jessica Lange se come la pantalla y va directa a por su segundo Emmy, pero sí hay que destacar el trabajo de Lily Rabe interpretando nada menos que al mismo diablo, encerrado en el cuerpo de una inocente monjita. Obviamente, tener a semejante personaje entre tus filas supone vía libre para que lleve a cabo cualquier tipo de maldad sin tener que explicar sus motivaciones, y Rabe ha estado a la altura de un papel tan potente. Difícilmente borraremos de nuestra retina su conversación, cuchillo en mano, con cierta niña psicópata o su encuentro sexual con el estúpido sacerdote interpretado por el nefasto Joseph Fiennes. Es el peor actor vivo, pero también una elección de casting indiscutible.


También ha brillado Zachary Quinto poniendo cara a bloody face, ese perturbador psicópata que veremos si The Following consigue superar. Y podríamos mencionar a Evan Peters, más que correcto en un papel menos lucido, o a Frances Conroy en sus apariciones estelares, pero probablemente no acabaríamos nunca, porque precisamente personajes no han faltado en Asylum, que ha cubierto todos los tópicos frecuentes del cine de terror y los ha usado a su antojo (aunque no fuera para dar miedo): el ángel de la muerte, el demonio, extraterrestres, un Santa Claus psicópata al más puro estilo Funny Games, asesinos en serie, mutilados, nazis, Anna Frank, científicos malvados y monstruos inclasificables se han saludado por los pasillos de Briarcliff, ese manicomio del que nadie podía escapar a pesar de que siempre había una puerta trasera abierta y los dementes campaban a sus anchas.

Y es que el guión de Asylum no se ha caracterizado por cuidar los detalles, sino por ponerse al servicio de los giros locos de trama. Los enésimos puntos de no retorno en los que no había forma de saber por dónde iba a continuar la serie han hecho imposible desengancharse de esta droga dura y muy poco refinada que nos sirven Murphy y Brad Falchuck. Eso y unos protagonistas que han llegado a importarnos: la relación entre Kit y Grace no ha tenido la fuerza del trágico romance adolescente protagonizado por Tate y Violet en la primera temporada, pero nos ha implicado lo suficiente para querer verlos salir de Briarcliff con vida, y la angustia perpetua de Lana hacía que tuviéramos curiosidad por ver cómo sería su cara sonriente.

En el apartado visual, la serie es incontestable. Asylum goza de un montaje frenético y una fotografía que carece de límites y pasa por enfoques verticales de la cámara y planos al revés que en cualquier otro producto probablemente quedarían mal pero que a la serie le vienen como anillo al dedo. Este exotismo visual es tan estimulante que convierte momentos tan gratuitos como The Name Game (otro de los puntos más destacados de la temporada) en arte visual.

Que nadie me malinterprete: no me tomo en serio American Horror Story a pesar de que tenga momentos muy dramáticos (también los tiene True Blood), pero lo que sí está claro es que disfrutable y fascinante lo es, y mucho, incluso para aquellos que, como yo, no somos aficionados a las historias de terror. En televisión pocas veces hemos visto algo parecido, a pesar de que Ryan Murphy entiende muy bien el medio y la forma en la que tiene que conducir sus relatos. Comprendo que sus finales “felices” y encaminados casi siempre a la redención no gusten demasiado entre los fanáticos del género, pero a mí me parecen redondos, y ya me muero de ganas de saber con qué nos va a sorprender en su tercer año.

miércoles, 23 de enero de 2013

Hasta la vista, Chloe

El año pasado, a última hora de la midseason, la ABC estrenó una comedia en el hueco que dejaba libre Happy Endings para que aprovechara las buenas audiencias de Modern Family. Este espacio, en el que se han emitido otras comedias como Cougar Town, era el que la cadena aprovechaba para emitir sus sitcoms más ácidas y arriesgadas, y Don't Trust the B---- in Apartment 23 no era una excepción. Esta comedia gamberra creada por una ex guionista de American Dad, con tan solo siete episodios, causó cierto revuelo entre los críticos y consiguió hacer unos números de audiencia decentes que le permitieron renovar por una segunda temporada (lo que entonces no sabíamos era que la ABC tenía varios episodios en la recámara que pasarían a formar de esta nueva entrega).

Este año, la cadena se ha dado cuenta de que es mejor colocar tras Modern Family series de corte más familiar que puedan aprovechar mejor el arrastre de la exitosa sitcom, y como consecuencia Happy Endings y la serie que nos ocupa, Don't Trust the B---- in Apartment 23, se quedaban huérfanas de su madrina y abandonadas a su suerte en la noche de los martes, todo un cementerio en la programación de ABC en el que hace años que no funciona nada. Como era de esperar, estas dos sitcoms no han levantado cabeza desde que volvieron el otoño pasado, y la reacción de la cadena pasó por doblar su emisión semanal, alterar el orden de los episodios y cargarse la continuidad de la serie hasta llegar, en el caso de Apartment 23, a la cancelación. Krysten Ritter y James Van Der Beek anunciaban ayer en sus cuentas de Twitter, pocas horas después de que supiéramos que la ABC la había retirado de la parrilla, que la joven sitcom estaba oficialmente cancelada. Por lo que sabemos, hay ocho episodios grabados que se quedan sin emitir hasta nuevo aviso.

Y la cancelación da pena porque Apartment 23 estaba francamente bien. El poco tiempo que ha durado probablemente no la ha convertido en la comedia favorita de nadie, pero no eramos pocos los que la disfrutábamos mucho. La serie no hacía apenas ruido en blogs o redes sociales porque desde el principio arrancó a un buen nivel (y ha sabido mantenerse), y las sitcoms no se caracterizan por una trama que dé cientos de giros que haya que comentar. Pero a pesar de todo la echaré de menos porque la velocidad de sus diálogos cargados de chistes, algunos bastante bestias, siempre lograba sacarme unas carcajadas.

La serie nos contaba cómo June (Dreama Walker) se mudaba a Nueva York persiguiendo el trabajo de sus sueños, y a los cinco minutos del primer episodio la empresa que la había contratado quebraba y acababa viviendo con una estafadora. Chloe (Krysten Ritter), la bitch a la que hace referencia el censurado título, es la estrella absoluta de Apartment 23, sobre todo porque en la televisión en abierto no es habitual encontrarnos personajes carentes de escrúpulos que no sean condenados por el guión. La única que juzga duramente a Chloe es June, cuyos principios exageradamente idealistas y obsesivos nos impiden tomarla en serio. Sobre el papel es el ancla moral de la serie, pero en la práctica su falta de cordura y sus histerismos hacen que sea casi tan divertida como su compañera de piso. La relación entre ellas dos está bastante bien conseguida, aunque por culpa del vaivén de episodios de la ABC no nos ha llegado a quedar claro nunca en qué punto exacto de aceptación mutua se encontraban.

Sea como sea, el esquema de los episodios –Chloe se propone alguna locura y June trata de hacerla entrar en razón para finalmente darse cuenta de que su forma de ver la vida es demasiado cerrada y aburrida– no sería nada sin la aportación de James Van Der Beek interpretando a James Van Der Beek. Pocas estrellas son capaces de reconocer que su carrera lleva siglos muerta y parodiarse a sí mismos en una serie en la que ni siquiera son protagonistas (Episodes al fin y al cabo es un vehículo de lucimiento para Matt LeBlanc), pero el protagonista de Dawson Crece tiene tanto sentido del humor que no le ha supuesto ningún problema representarse a sí mismo haciendo el ridículo en Dancing With The Stars o desesperado por que la revista People lo elija el “hombre vivo más sexy” en una sucesión de intentos fracasados por relanzar su carrera.

Apartment 23 apenas tiene 17 episodios (aunque confío en que la ABC emita los que quedan al menos como relleno en verano o fines de semana), pero son episodios que sin duda merecen la pena. No todo en ella era perfecto –la mayoría de los secundarios no valían un duro–, pero estoy seguro de que, de haber tenido más tiempo para desarrollarse, habría llegado a ser una sitcom de referencia. Hasta la vista, Chloe.

lunes, 21 de enero de 2013

Mereció la pena


La quinta temporada de Fringe daba el pistoletazo de salida con un nuevo punto de inflexión (el último) que ha marcado todos y cada uno de los episodios de la misma. No había cabida en esta especie de epílogo final para la serie que ha sido durante sus primeros cuatro años: no ha habido “eventos Fringe” que vertebren los capítulos ni personajes episódicos que nos impliquen o funcionen como otra cosa que relleno de minutos. El nuevo contexto, la invasión de los observadores, ha sido en cierto modo estimulante, pero lo cierto es que no ha permitido que la serie se desenvuelva con la naturalidad de antaño. Teniendo en cuenta que esta renovación llegó in extremis y que el final de la cuarta temporada podía haber funcionado como final de serie, ¿han merecido la pena estos últimos trece episodios? En vista del final, por supuesto que sí.

Este año la división ha tenido que enfrentarse a una legión de superhumanos que oprimían el planeta y que eran, sobre el papel, invencibles. Los observadores imponían respeto, y su figura ha servido para crear escenas bastante tensas, sobre todo cuando los protagonistas se cruzaban con alguno de ellos y tenían que evitar que les leyeran la mente. Sin embargo, la carencia de emociones de estos villanos –lógica, por otro lado– les ha restado interés, y solo la lenta “humanización” de su líder, que ha llegado a experimentar verdadero odio por Walter, Olivia y compañía, les ha dado algún matiz.

Los personajes han seguido siendo ellos mismos, y precisamente por eso la última temporada de Fringe todavía ha sido disfrutable: los 21 años que han permanecido ambarizados y lo que ocurrió en sus vidas mientras nosotros no fuimos testigos les ha cambiado, pero el miedo de Walter a convertirse de nuevo en aquel genio frívolo y sin sentimientos que era antes de ingresar en el centro de salud mental en el que nos lo encontramos en el piloto ha sido sin duda uno de los puntos fuertes de la última entrega. En menor medida ha funcionado la relación de Peter y Olivia, perplejos al encontrarse a una hija que casi les iguala la edad y que ha crecido sin ellos. Etta duró muy poco como para poder empatizar con ella y que su muerte nos afectase, pero sí es cierto que una vez que los guionistas la quitaron de en medio las cosas entre ellos se estabilizaron y su pérdida sirvió para implicarnos más.

Otro error de la temporada ha sido sin duda colocar a Peter como centro absoluto de muchos episodios. Es cierto que Olivia y Walter han sido explotados al máximo en temporadas pasadas, pero si el personaje interpretado por Joshua Jackson siempre ha sido una comparsa de estos dos es porque es muchísimo menos interesante (y, reconozcámoslo, el actor es limitadísimo). Aun así, su proceso de transformación en observador fue interesante, aunque finalmente se quedase en nada y lo resolvieran de manera abrupta –se ha notado que los guionistas no tenían mucho tiempo–.

En definitiva, ha sido la quinta una temporada cansada y poco potente, que solo ha funcionado en momentos puntuales (a destacar el viaje dentro de la mente de Walter en forma de sketch animado o las incontables veces que se hacía referencia al pasado), pero que ha desembocado en un final que ha sido prácticamente redondo, y sin duda mucho mejor que el que habríamos tenido si la serie no hubiera renovado. Los dos últimos episodios de la serie han tenido un ritmo trepidante y han sintetizado todo lo que nos gusta de Fringe: Olivia como heroína y motor de la trama, Walter como corazón de la serie y, en definitiva, emociones a raudales. No han faltado los guiños a los fans, que van más allá de esa dedicatoria oculta: el viaje al universo alternativo completamente gratuito pero que estoy seguro que todos disfrutamos (echaba mucho de menos a AltLivia y Lincoln), la carnicería final en la que gasean a los observadores con algunos de los “eventos” más memorables de estos cinco años, los poderes mentales de Olivia más desatados que nunca mientras la ciudad entera se apaga tras ella, la aparición estelar de Gene ambarizada, Walter pronunciando bien el nombre de Astrid, el significativo tulipán blanco con el que cierra la serie y un sinfín de detalles más que hacen que dé igual que la paradoja temporal no esté todo lo bien atada que podría.

Fringe es (era) pura ciencia y mitología, pero siempre al servicio de unos protagonistas muy interesantes que han sido su sello de identidad y la razón por la que la voy a echar tanto de menos, pues se queda guardada en mi memoria como una de las series que más he disfrutado.

domingo, 20 de enero de 2013

Inyección de entusiasmo

La comedia romántica es un género que ha dejado de funcionar en taquilla. Se ha comentado en muchos medios especializados, y muchos tratan de desentrañar los motivos de esta debacle. El más lógico, bajo mi punto de vista, es que el nicho de público de este género ya no está interesado en revivir la misma tópica historia con distintas caras una y otra vez. Los fracasos del 2012, de hecho, no están necesariamente ligados a una escasez de ideas o talento. El cine indie se está adentrando en el género de manera cada vez menos tímida, generando varios títulos muy originales e interesantes que al menos se esfuerzan en aportar algo a los espectadores más allá de un entretenimiento de usar y tirar. Fijándonos solo el último año, podemos destacar El amigo de mi hermana, Liberal Arts, Safety not guaranteed o Buscando un amigo para el fin del mundo.

Es curioso, además, que justo cuando la supervivencia del género se está poniendo en entredicho, aparezca algo como Silver Linings Playbook y se convierta en la primera película en treinta años que consigue estar nominada a las siete categorías principales de los Óscar: mejor película, dirección, guión, actor y actriz principales y actor y actriz secundarios.

Y antes de verla, guiándonos solo por el tráiler, puede resultar incomprensible. No es que la comedia romántica sea un género despreciado sistemáticamente por los académicos (recordemos que The Artist ganó el año pasado y lo era), pero sorprende que ésta lo sea de manera tan clara y aun así los votantes no hayan tenido reparos en verla (ni en enamorarse de ella). Sin embargo, cuando vemos la nueva obra de David O. Russel (The Fighter), se despejan todas las dudas que podamos tener acerca de su buena acogida, porque es un film muy coherente consigo mismo, que no tiene fallos significativos y no se queda a medias en nada de lo que pretende.

Silver Linings es a su modo una película valiente, que no maquilla su naturaleza mezclándola otros géneros. Centra su historia en un romance entre dos personajes que sabemos en todo momento cómo va a acabar, y que apuesta firmemente por la comedia –de carcajada incluso– sin que esto le impida dibujar unos personajes complejos e interesantes. Tenemos a Pat (Bradley Cooper), que acaba de salir de una institución mental en la que ingresó durante ocho meses por reaccionar de manera violenta a la infidelidad de su mujer, y a Tiffany (Jennifer Lawrence), una joven viuda que se niega a aceptar la muerte de su marido y que utiliza el sexo como método de evasión. Cierra el círculo el padre del protagonista, interpretado por Robert de Niro, con una obsesión compulsiva y altas dosis de superstición que le hacen brillar y ser interesante sin tener demasiados minutos.

Aunque está muy bien escrita, la película no funcionaría si no fuera porque los actores hacen un gran trabajo. Bradley Cooper demuestra que si no ha destacado nunca es porque los papeles que interpretaba no se lo permitían, De Niro está espléndido en uno de sus secundarios más simpáticos y peculiares desde Stardust y Jennifer Lawrence demuestra que no es flor de un día (Winter's Bone), sino que ha llegado a Hollywood para quedarse. Podría perfectamente quitarle el Óscar a Emmanuelle Riva y Jessica Chastain y a mí no me parecería mal.

Y es que El lado bueno de las cosas, como se llama en España, nos lo muestra todo desde un prisma optimista, aunque en absoluto edulcorado. No es derrotista, exalta la vida sin alegorías ni recovecos, invita a levantarse y a afrontar los problemas con un final que inyecta entusiasmo y recuerda un poco a Pequeña Miss Sunshine. Sus personajes absolutamente humanos, con los que se conecta desde su primera aparición, la convierten en inolvidable.

martes, 15 de enero de 2013

Lena Dunham VS. la CIA

El domingo, cuando los Globos de Oro anunciaron sus flamantes ganadoras en las categorías de televisión, Twitter se incendió. Girls y Homeland, que, guste o no, han sido dos de las series de las que más se ha hablado este año con su primera y segunda temporada, respectivamente, fueron las afortunadas, y las quejas me parecen incomprensibles, sobre todo si tenemos en cuenta que, además de que los premios estaban cantadísimos y no ha habido sorpresas, los votantes de los Globos de Oro no ven la televisión. Se comenta incluso que en el momento de cerrarse las votaciones de los miembros, Django Unchained no había hecho ningún pase y aun así la película de Tarantino rascó cinco nominaciones. Si esto ocurre en cine, ¿qué no pasará con las series, a las que dan mucha menos importancia? El hecho de que Connie Briton, Hayden Panettiere y The Newsroom estuvieran nominadas (las dos primeras porque su serie fue el estreno de otoño mejor recibido por los críticos y la segunda por el nombre de su creador) ya daba pistas de por dónde iban los tiros, algo que se confirmó con el premio a Don Cheadle. No le veo sentido a enfurecerse por unos premios que han demostrado en contadas ocasiones tener nula credibilidad y cuyo único objetivo es reunir al mayor número de famosos de cine y televisión posible para ponerlos a beber juntos y que veinte millones los vean desde sus casas. Un poco de filosofía no vendría mal.


Dicho esto, Homeland me ha seguido pareciendo una gran serie en su segunda temporada, y aprovecho para comentarla un poco. Ya dije cuando arrancó la temporada que admiraba la manera en la que se estaban desarrollando las cosas, sin dar pie al aburrimiento y con un montón de giros que en ningún momento se volvían demasiado inverosímiles (si obviamos el hecho de que Carrie está loquísima, desobedece por norma cualquier orden que se le da y aun así la siguen dejando trabajar en la CIA). Esta segunda temporada ha explotado aún más a Saul –Mandy Patinkin ha estado genial, y el personaje se ha convertido en alguien muy entrañable a la par que enigmático– y a la familia de Brody. A Dana, la mejor adolescente televisiva del momento (a pesar de que media humanidad la odia), le ha tocado sufrir más de lo que me gustaría, pero Morgan Saylor ha estado a la altura, descubriéndose como una actriz muy solvente. También Morena Baccarin tuvo un par de escenas que le permitieron lucirse, y por supuesto Claire Danes y Damian Lewis siguen arrolladores en sus papeles. Me sorprende mucho, de hecho, que el Emmy de Lewis haya sido de lo más criticado de la noche, cuando me parece que no solo hace un trabajo magnífico, sino que además esta temporada le ha supuesto un reto interpretativo mayor que la primera. Sí, hemos tenido que suspender la incredulidad un par de veces, pero Homeland ha sido una de las series más emocionantes de este otoño, y puestos a criticar su victoria, yo prefiero criticar las ausencias (Mad Men y The Good Wife en beneficio de The Newsroom y Downton Abbey).


Y Girls no ha levantado menos polémica. Justo el domingo volvió con una segunda temporada que HBO adelantó visto el buzz generado. Lena Dunham es la mujer de moda entre un sector muy reducido de la población, algo que le ha bastado para copar portadas y escribir libros. Que haya gente odie su serie es más comprensible, porque la mayoría de sus personajes son insoportables sobre el papel y la clave para conectar con ella es ver en uno mismo muchos de los “defectos” de los personajes. Quien no haya sido tan egoísta como Marnie que tire la primera piedra. La serie ha vuelto como se fue, con Zosia Mamet robando escenas, Allison Williams iluminando la pantalla y Hannah haciendo gala de sus manías más irritantes. Y quien asegura que no es una comedia porque no provoca carcajadas creo que todavía no ha captado el tono de la serie, que ridiculiza a sus protagonistas el 90% del tiempo. Mentiría si digo, de todas formas, que el regreso me ha parecido algo del otro mundo: “It's about time” es más bien un episodio de transición que flaquea bastante al estar la vida de los personajes tan estancada. Supongo que tardaremos un tiempo en adaptarnos a los nuevos arcos argumentales (lástima que las temporadas sean tan cortas), pero no dudo que episodios mucho más épicos y momentos cargados de vergüenza ajena están a la vuelta de la esquina.

Por mi parte, poco que reprochar a los Globos televisivos este año (aunque les odie por seguir aumentando el ego de Benn Affleck en las categorías de cine).

viernes, 4 de enero de 2013

El regreso de Jules y compañía

Mi comedia actual favorita es sin duda Cougar Town. Ya he explicado varias veces (sobre todo en mi blog anterior) que el peculiar grupo que han formado estos cuarentones que a priori solo tenían en común la valla del jardín me encanta, porque han alcanzado un nivel de complicidad –a base de ridiculizarse los unos a los otros, en realidad– pocas veces vista en otras series. Al contrario de lo que ocurre en Parks and Recreation o Ben and Kate, en las que se nota que buscan que nos encariñemos mucho con los personajes (y no nos importa porque lo consiguen), Cougar Town lo logra sin buscarlo tan descaradamente. Los protagonistas de la serie no tendrían por qué caernos simpáticos porque unos cuantos son egoístas, otros muy estúpidos y luego está Ellie Torres que directamente es pura maldad (por eso es tan grande). Y sin embargo lo hacen.

Y es que en su absurdez y su sinsentido la comedia se ha convertido en todo un happy place: los personajes tienen trabajo pero se pasan el día bebiendo, y hasta la llegada de un huracán es motivo de fiesta. Por eso, a pesar de que lo humillen de todas las maneras posibles, entendemos que Tom se esfuerce tanto en formar parte de esta pandilla porque ¿quién no querría vivir así?

Sin embargo, después de su segunda temporada la cadena ABC decidió cambiarle su horario privilegiado tras Modern Family para dejarle hueco a otras sitcoms, retrasar su estreno a midseason y colocarla en una de sus franjas malditas entre dos productos con los que no compartía público. Tras este maltrato fue directamente cancelada y rescatada por la TBS, que por lo visto es lo mejor que le ha podido pasar a la serie. Su nueva cadena, que al menos sabe que la serie existe, la está promocionando de las maneras más originales posibles (no hay más que seguir su canal de YouTube) para que la gente no se olvide de ella. Hasta le ha hecho una promo "a lo 2004" en la que los actores aparecen tirándose vino.

Pero aunque el episodio con el que se despidió la tercera temporada allá por mayo fue muy grande y la espera hasta la cuarta entrega se ha hecho eterna, lo cierto es que el año pasado hubo unos cuantos episodios en la primera mitad de la temporada que no estuvieron demasiado inspirados y en los que la serie estuvo un poco por debajo del nivel acostumbrado. Por suerte fue un bache que superaron pronto (los últimos episodios fueron geniales), pero sobre todo les ocurrió por ser demasiado conscientes de si mismos y por centrarse demasiado en las autorreferencias –que siempre molan pero que no sostienen una comedia por sí solas–, olvidándose de ser tan grandes como en su segundo año.

Como digo, fue algo que duró bastante poco (y sinceramente que no estuvieran a pleno rendimiento no me impidió disfrutar mucho con ella), pero las nuevas promos de la serie, que se están centrando mucho en remarcar la identidad de la misma, en apuntar que no tiene nada que ver con su desacertado título y en resaltar las personalidades exageradamente tópicas de los protagonistas me hace temer otro leve bajón. Esperemos que no, porque quiero que esta cuarta temporada no sea la última y quiero seguir disfrutando con ellos del vino en casa de Jules.


P.D.: Si alguien se anima a echarle un vistazo a la serie después de leer esta entrada, que sepa que los primeros episodios son bastante malos. No es que la serie estuviera buscando su tono, es que directamente era algo completamente distinto y sin gracia. Os recomiendo que tengáis un poco de paciencia o que directamente los ignoréis y empecéis a verla a partir del 1x10 más o menos, que se entra en la dinámica enseguida y sin problemas. La serie, por cierto, vuelve el 8 de enero.