jueves, 22 de noviembre de 2012

Toca sufrir en Lockhart/Gardner

La nueva temporada de The Good Wife está recibiendo muchas más críticas de lo normal por parte de los espectadores. Después de tres años siendo casi intocable, parece que les ha llegado el turno a los abogados de nuestro bufete favorito de encontrarse en el punto de mira. Yo probablemente no sea objetivo, que por algo es mi serie predilecta, pero lo cierto es que no tengo demasiadas quejas en lo que a esta temporada respecta. Los episodios me siguen resultando tan amenos como siempre, el protagonismo entre los diferentes personajes está más equilibrado que nunca y la campaña política de Peter Florrick me interesa (ninguna serie actual refleja la política norteamericana tan bien como ésta).

El tema más polémico parece ser la trama que protagoniza Kalinda (Archie Panjabi, antes de nada, me parece que está haciendo un gran trabajo este año). Con la llegada de Nick, el personaje se ha adentrado en una trama quizá demasiado turbia y que a mucha gente parece no encajarle con el tono de la serie. No estoy nada de acuerdo, en primer lugar porque echaba en falta algo más de protagonismo para Kalinda la temporada pasada, y me parece interesante que un personaje que nos importa tanto como ella esté inmerso en un conflicto de tales dimensiones. Que el tono no sea el habitual de los pasillos de Lockhart/Gardner no me molesta, pues también chocó en su momento el famoso “momento bate” o las escenas de sexo implícito que había protagonizado. De hecho, no me parece que el tono diste mucho del de aquella lucha de titanes contra Blake Calamar, solo que ahora estamos viendo una faceta mucho más vulnerable del personaje (y eso para mí es un plus, dicho sea de paso).

Creo que hemos abusado al utilizar la palabra “elegante” a la hora de describir la serie del matrimonio King. Lo es, en efecto, pero eso no debería impedirle tocar ciertos temas si lo hace bien, y creo que de momento no se ha pillado los dedos. De lo que sí deberíamos mentalizarnos es de que este año nos va a tocar sufrir con la serie. Y con sufrir no hablo de una tensión sexual que no se resuelve como nos gustaría o una derrota en los tribunales, sino a sufrir de verdad, como hasta ahora no habíamos hecho con la serie. Llegados a este punto, los personajes no son intocables y se nota.

A una Kalinda contra las cuerdas se le une Cary, el principal afectado por los daños colaterales de su trama y al que ya estaban tardando en dar un poco de protagonismo. Alicia, por su lado, prefiere no pararse de momento a pensar en el caos que es su vida, pero lo cierto es que su trabajo pende de un hilo, se ve diariamente acosada por la prensa, sus hijos se van alejando cada vez más de ella y, por sorprendente que resulte tres años después, su relación con Peter es ahora mismo lo más positivo que la rodea. La crisis económica del bufete nunca había sido tan extrema (obligándoles a tomar medidas desesperadas que a veces rozan lo despreciable), y Will, además, es la comidilla del mundo legal tras su suspensión.

¿Muchos frentes abiertos? Tal vez, pero creo que de momento están sabiendo jugar con todos ellos de manera equilibrada. Lo que tengo claro es que me parecería mucho peor que en la serie no se notase la inestabilidad que predomina ahora mismo y la cosa estuviera más calmada. Una serie puede ser “elegante” y no por ello menos dura o vacía de contenido. Por el camino, The Good Wife sigue enseñándonos que la ley es la ley y adentrándose en cada recoveco del sistema judicial, una constante desde su brillante piloto. Además, este año, por primera vez desde la primera temporada, Alicia, Cary y Kalinda están trabajando codo con codo sin rencillas de fondo, algo que personalmente agradezco mucho y me encanta ver en pantalla. Y como siempre, estamos gozando de la presencia de mil estrellas invitadas. El personaje de Amanda Peet me está gustando, el de Maura Tierney aún puede dar mucho juego y las apariciones de Christina Ricci y Denis O'Hare (ya un habitual) han sido divertidísimas. A ver si nos reencontramos pronto con Michael J. Fox también.

lunes, 19 de noviembre de 2012

Distopía de bolsillo

No exagero al decir que Fringe es una de las series que más me ha marcado, y hasta su tercera temporada no pude ver en ella más que virtudes. Todo en ella me encantaba: los casos, los personajes, la estética y esa trama serializada tan bien desarrollada. Por eso, a pesar de que el año pasado empecé a mosquearme con la serie porque ya no tenía esa sensación de que todo estaba bien atado y los guionistas dejaban de lado la coherencia para desarrollar ciertas tramas, se lo perdoné sin pensarlo. Hay que tener en cuenta que Fringe es una serie de network y que si su trama se ha desarrollado últimamente a trompicones y en arcos muy diferenciados es porque la amenaza de la cancelación planeaba sobre ella continuamente (a partir de aquí habrá spoilers hasta el 5x07).

El problema es que 'Letters of transit' y todo lo que vino después del comentado episodio (es decir, la quinta temporada), se siente como una decisión argumental forzada por las circunstancias, sobre todo porque se cargaron la esencia de los observadores como personajes para crear esta nueva distopía. Y aunque la última temporada me está gustando echo de menos la serie que ha sido hasta ahora, porque con el cambio de escenario también ha perdido parte de su esencia: los personajes y sus conflictos emocionales, que siempre han sido el centro absoluto, siguen ahí, pero los casos ya no, y aunque muchos no estén de acuerdo eran parte fundamental de la serie.

Normalmente, los personajes episódicos que aparecían en Fringe tenían alma y protagonizaban una historia que llegaba a afectarnos e interesarnos (eran casi como pequeñas películas de ciencia ficción). Ahora, la búsqueda de las cintas, que es una chorrada bastante mal planteada, ha dado lugar a nuevos casos en los que no nos importa nada. De hecho, de momento los protagonistas simplemente están recogiendo cosas que no sabemos para qué son.

Lo bueno es que parece que poco a poco están enderezando las cosas. Que Peter se haya convertido en un observador es el primer conflicto personal interesante de la temporada (lo malo es que Joshua Jackson es demasiado limitado como actor para exteriorizar el conflicto interno), y Olivia ya está empezando a sufrirlo. Además, se agradece que no dejen de hacer referencias al pasado (a su primer caso, a los objetos que encontraban en la primera temporada y demás). Personalmente, me ha hecho gracia que las puertas del “universo de bolsillo” del sexto episodio estuvieran señaladas con los glyphs de la serie, aunque reconozco que lo que realmente me ilusionó de ese capítulo fue la perspectiva de volver al universo alternativo.

Además, si algo bueno ha tenido el salto es que han podido centrarse y dejar de lado la patillera mezcla de personalidades que Walter y Olivia tenían en la cuarta temporada y que no quedó bien resuelta (Walter no llegó a reconocer nunca a Peter como su hijo). Pero lo mejor es que todavía hay que ver cómo reacciona Walter ante la noticia de que Peter se ha implantado el chip de los observadores, ya que su hijo es ahora mismo de lo poco que lo mantiene cuerdo. Promete ser uno de los puntos álgidos de esta recta final, y puede que estos dos últimos años la serie no haya sido a mis ojos tan perfecta como lo era al principio, pero desde luego que me va a resultar muy duro decirles adiós a los Bishop, Olivia, e incluso a Nina, Broyles y Astrid, que con el tiempo a ellos también se les coge cariño. Solo quedan seis episodios.

lunes, 12 de noviembre de 2012

La baza del Gobernador

Nota: Spoilers de The Walking Dead hasta el episodio 3x05.

The Walking Dead está haciendo con su tercera temporada lo mismo que ha hecho Downton Abbey con la suya. Ambas series han sabido escuchar las críticas que recibieron el año pasado y, en base a ellas, rectificar. A la serie de los zombis se le reprochaba, sobre todo, que tuviera demasiados episodios soporíferos y que hubiera muchas semanas en las que los caminantes apenas aparecían. Los guionistas han decidido atender a las exigencias de los fans (si es que se puede llamar fans a unos espectadores que se quejan constantemente de la serie) y aprovechar la nueva situación para que los zombis se cuenten por decenas. De paso, han añadido unos cuantos giros de trama en cada episodio que hacen que ver la serie sea mucho más entretenido (la muerte de Lori no se la esperaban ni quienes habían leído los comics).

Eso no significa que la serie no sea criticable, porque sigue estando plagada de actores bastante limitados y sin ningún tipo de carisma: Danai Gurira se pasa todos los episodios con la misma cara de odio al mundo porque el mundo me odia a mí y a Andrew Lincoln parece que le dieron un poco de coca en el rodaje del último capítulo para que fuera tirando y ya está. Lo que sí es cierto es que los espectadores ya estamos acostumbrados a que los personajes se dividan en los que nos caen mal y los que nos producen absoluta indiferencia (porque no tienen suficientes capas como para importarnos), y queda claro que es un campo en el que no se le puede exigir mucho más a la serie.

Bueno, y que hayan aumentado la dosis de zombis por episodio al mismo tiempo que los protagonistas se los quitan de en medio como si fueran moscas ha hecho que éstos ya no se sientan como una amenaza (el barrio residencial que se han montado esta temporada ya es el colmo, aunque he de admitir que aporta algo de frescura a la serie). Es cierto que The Walking Dead siempre ha pretendido contar que los seres humanos pueden llegar a ser peores que un no vivo –el eslogan promocional de esta temporada no entiende de sutilezas–, pero últimamente hay ciertas escenas que fallan a la hora de ser inquietantes.

Lo bueno es que esta temporada tienen al Goberandor. No he leído el cómic, pero entiendo por qué los fans estaban deseando que lo incluyeran en la trama. La imagen que cerraba el tercer episodio, con su colección de cabezas flotantes, ya era bastante perturbadora, y la pelea de gladiadores al estilo zombi del quinto es directamente nauseabunda (a pesar de que los habitantes de su oasis disfruten como espectadores del Coliseo Romano). Pero además, la escena en la que peina al zombi de su hija y lo calma es probablemente lo mejor que hemos visto en la serie, porque no solo dota al personaje de una humanidad que ya quisieran para sí los protagonistas, sino que además resulta creíble porque David Morrissey sí es buen actor.

Por cierto, a esta temporada hay que reconocerle también el mérito de haberse quitado de en medio a Lori, por el riesgo y por la forma en que lo han hecho. Han logrado que un trío de personajes que no pueden ser más odiosos consigan ponernos los pelos de punta por lo cruel de su situación. Y eso, la verdad, es bastante complicado.

jueves, 8 de noviembre de 2012

Un otoño entrañable

Si desde hace algunos años los estrenos que mejor funcionaban a nivel de audiencia en la televisión norteamericana eran comedias (el año pasado destacaron New Girl, 2 Broke Girls y Suburgatory), lo cierto es que este otoño ni siquiera las sitcoms les están funcionando demasiado bien a las networks estadounidenses. Y resulta triste, sobre todo porque los martes, con Go On en la NBC -la única que hace buenos números gracias a The Voice- y el bloque de comedias de Fox, formado por las veteranas Raising Hope y New Girl acompañadas de las novatas Ben and Kate y The Mindy Project, se han convertido en un pequeño paraíso cómico que he echado bastante de menos esta semana por culpa de las elecciones presidenciales. Y es que si tuviera que decir cuáles me parecen los mejores estrenos de esta temporada, los dos serían comedias.


Vale, sí, lo reconozco: Go On es un vehículo de lucimiento de Matthew Perry y el enésimo intento de relanzar su carrera tras Friends. Ya lo comenté aquí tras ver sus primeros episodios. Pero también dije que la serie tenía potencial para crecer y convertirse en algo interesante, y la verdad es que lo está haciendo muy bien. En los últimos episodios hemos empezado a ver escenas en las que Ryan King, el personaje que interpreta Perry, no aparece, y los secundarios, que algunos tienen muchísimo potencial, están empezando a brillar. Hablo, sobre todo, de Anne (Julie White), que se ha convertido en tan solo ocho episodios en una auténtica roba-escenas. 

La dinámica del grupo cada vez es más auténtica y los momentos emotivos funcionan bien, algo que buscan casi más que la carcajada. Puede que el humor negro del primer episodio -donde competían para ver quién era más desgraciado- no se haya explotado demasiado, pero los comentarios ácidos que se sueltan de vez en cuando entre ellos dejan claro que no se ha abandonado del todo. Y, bueno, a mí Matthew Perry me carga a ratos, pero normalmente me parece soportable, algo que creo que es clave para disfrutar de la serie. Si sigue progresando de manera tan constante, puede convertirse en una gran comedia en muy poco tiempo.


La que no necesita evolucionar demasiado es Ben and Kate. La comedia más ignorada del bloque de los martes de Fox presentó a sus personajes en cinco minutos y antes de que acabara el primer episodio ya habíamos pillado la dinámica y el juego que desempeñaba cada uno de ellos. Busca ser muy entrañable y es bastante blanca, pero sobre todo resulta divertida de ver. Es cierto que no inventa nada nuevo, y que a veces puede parecer empalagosa, pero es increíble lo rápido que se llega a conectar con los personajes. 

La clave está sobre todo en que ninguno es demasiado tonto, soberbio o repelente. Aunque todos tienen sus pequeñas excentricidades (sobre todo BJ, el personaje revelación de la temporada), no dejan de ser seres humanos normales y creíbles. Y en las comedias, donde la tendencia es siempre crear personalidades exageradas (no hay más que ver a la protagonista de The Mindy Project), resulta sorprendente. La hija de Kate es probablemente la única niña de la televisión que actúa de manera acorde con su edad. Ha renovado por solo seis episodios más, y no parece que vaya a pasar de la primera temporada, pero estos 19 capítulos pueden ser muy disfrutables.

Por otro lado, New Girl ha vuelto como se fue, con unos personajes ya consolidados y destacando sobre todo por su humor físico. Y The Mindy Project, que es de la que más se está hablando en la blogosfera, a ratos me gusta y a ratos no tanto. De momento solo se han emitido cuatro episodios, así que ya hablaré de ella más adelante, cuando tenga del todo clara mi opinión.

martes, 6 de noviembre de 2012

La azucarada despedida de los Grantham

Nota: Spoilers a mansalva de la tercera temporada de Downton Abbey.

Downton Abbey, el drama de época de Julian Fellowes, se despidió el domingo por la noche de la audiencia británica y nos dejó, como cada año, con un importante síndrome de abstinencia. Si algo se ha mantenido constante en estos tres años es la velocidad a la que se entrelazan las tramas a lo largo de sus episodios. Y, al tener temporadas más cortas –este año de ocho episodios–, la espera se hace más larga de lo normal. Su creador ya ha anunciado que habrá cuarta temporada, pero salvo sorpresa mayúscula no la veremos hasta otoño de 2013, así que en el fondo es de agradecer que no hayan querido entrar en complicados cliffhanger que dejen la trama en suspenso (aunque aún nos queda por ver el especial de navidad). Esto, de todas formas, no significa que el final no sea criticable.

Recordemos que la segunda temporada ya fue bastante criticada por los brutales saltos en el tiempo que daba la narración y que rompían la coherencia de algunas tramas, además de por ser excesivamente culebronesca (el centro de las tramas lo ocuparon Mary y Matthew con su tira y afloja y la larga agonía que hubieron de soportar Anna y Bates para poder casarse).

Sin embargo, esta temporada nada de eso puede echársele en cara a Downton Abbey. Por un lado, porque los saltos en el tiempo no han sido tan exagerados como el año pasado, y han servido sobre todo para quitarse obstáculos de en medio (el luto por Sybil, la búsqueda de testigos que pudieran librar a Bates de la cárcel). Y por otro, porque las tramas propias de un culebrón han seguido estando ahí (Downton nunca ha negado su propia naturaleza), pero al igual que el primer año, han sabido aderezarlo todo con la vocación de retrato de una época que se perdió casi por completo en la segunda temporada, donde la guerra no servía más que para generar conflicto entre algunos personajes.

La Inglaterra de la posguerra no es la misma que la de principios de siglo, y se ha notado en los aires de cambio que los protagonistas han respirado. Lo que empezó siendo una quiebra por la mala gestión de Robert Crawley ha acabado ejemplificando la caída de la nobleza y las grandes casas a lo largo del siglo XX. Downton ha resistido, pero la gestión Matthew y Branson, que tienen que batallar con Lord Grantham casi a diario para que se dé cuenta de que no puede sentarse a verlas venir, nos recuerda que la estabilidad es momentánea. Otras tramas, como las de Ethel y Thomas (Rob James-Collier ha sido la revelación a nivel interpretativo de este año), han servido para hablar de los férreos prejuicios sociales en una época en la que las prostitutas eran poco menos que lapidadas públicamente y la homosexualidad estaba penada por ley.

Y todos los personajes han crecido en cierto modo: los one liners de la Condesa Viuda de Grantham (la premiada Maggie Smith) han sido mejores que nunca, y Carson le sigue de cerca (“¡No me han llamado liberal en mi vida, y no tengo intención de que empiecen a hacerlo ahora!”). Lady Edith ha sido, si cabe, aún más maltratada por los guionistas; la pérdida de Sybil –una decisión tan arriesgada como lógica– ha mostrado el lado más frágil de Cora (y ha permitido que Elizabeth McGovern se luzca como hasta ahora no había podido); el matrimonio entre Mary y Matthew ha sacado a relucir la parte más manipuladora de la primera sin que nos caiga mal; el sufrimiento de Thomas, que a veces parecía un 'malo' muy caricaturesco, le ha dado muchos más matices al personaje; hemos visto un lado bastante oscuro de Bates (el personaje más odioso de la serie con diferencia); y Lord Grantham, perdido entre tanta revolución, ha sido por primera vez un personaje interesante (la nominación a Hugh Bonneville en los pasados Emmy es incomprensible).

La cruz de la moneda la ponen los triángulos amorosos entre los criados más jóvenes, además del final de temporada: los guionistas siguen empeñados en que todos los personajes nos caigan bien y en dejarnos un buen sabor de boca en cada cierre. Ya lo hicieron el año pasado, aunque era más comprensible al tratarse de un especial de navidad, y han vuelto a repetir. Sobredosis de azucar y buen rollo, con una casa llena de nobles conservadores que aceptan sin reparos la homosexualidad de Thomas y acogen con los brazos abiertos al suegro viudo al que hace unos meses odiaban (por no hablar de lo bien que le sale todo a Ethel, que podrá empezar una nueva vida y además ver a su hijo todos los días). Este final en realidad no es tal, porque habrá nuevo especial de navidad, pero no confío en que sea mucho menos azucarado. Y es que cierres como este restan credibilidad al retrato de los años 20 que la serie pretende hacer. Por lo demás, Downton Abbey ha cerrado la que en mi opinión ha sido su mejor temporada.