miércoles, 30 de mayo de 2012

Burton y la ley de Murphy


Tim Burton es capaz de lo mejor (suyas son Ed Wood y Big Fish), aunque es más frecuente encontrar en su filmografía películas simplemente entretenidas pero muy bien hechas, como es el caso de Sleepy Hollow o Alicia en el País de las Maravillas, cinta que siempre defenderé por tener una gran dirección artística que compensa lo plana que es en conjunto. De hecho, me sorprende que precisamente Alicia, una historia que parecía haber sido escrita para que Burton la adaptara, no consiguiese ser en sus manos tan estimulante y psicotrópica como la adaptación de Disney, y en cambio el director demuestre en películas como la que nos ocupa que se le puede ir la cabeza y rodar cualquier cosa.

Sombras Tenebrosas me ha gustado bastante más de lo que me esperaba, sobre todo porque a juzgar por las críticas, las nefastas imágenes promocionales y el trailer, la última película de Tim Burton tenía pinta de ser, directamente, basura. Y no digo que en cierto modo no lo sea, porque tampoco opino que sea un producto digno del que estar orgulloso. Sin embargo, la enésima colaboración de Burton con Johnny Depp tiene su punto.

Para empezar, tiene un reparto muy interesante: Helena Bonham Carter está divertidísima (y moderada); Eva Green y Michelle Pfeiffer irradian carisma, evitando que Depp tenga que cargar solo con el peso de la película; Chloë Moretz, después de hacer de preadolescente madura en (500) días juntos, de tipa dura en Kick Ass y de niña soñadora en La invención de Hugo, nos muestra con éxito su registro de putilla (tiembla, Amanda Seyfried). Y también está por ahí Jackie Earle Haley, que tiene su gracia como secundario borracho.

En realidad, Sombras Tenebrosas tiene que dar gracias a sus actores, porque si los personajes de la película son medianamente creíbles es gracias a ellos. El guión de la película hace aguas por todos lados: aparte de que los personajes están mal dibujados, muchas de las cosas que suceden no tienen sentido, es inconexa y da la sensación de que Tim Burton tenía en mente unas cuantas escenas que le apetecía hacer y el guionista ha intentado darle sentido a todo sin éxito. Por otro lado, el arranque con la voz en off en el que nos cuentan la base de la historia es demasiado fácil, rápido y fallido: no da tiempo a creerse lo que pasa por bien conseguida que esté la ambientación. Por eso, yo tengo la teoría de que detrás de todo esto está en realidad Ryan Murphy. O eso, o Tim Burton se olvidó de tomarse la pastilla.

Partiendo de la base de que está mal planteada y desarrollada, podemos decir que la película es divertida: algunas situaciones consiguen hacer reír, algunos diálogos logran ser cómicos y lo más importante: suceden tantas cosas tan locas que aburrirse es imposible. Es cierto que el espectador no llega a conectar con ningún personaje, pero no importa, no es eso lo que pretendían (o es lo que quiero creer). Yo me lo he pasado francamente bien, y además la cinta tiene la impecable factura técnica que caracteriza a todos los productos de Burton. De todas formas, también es verdad que sería de juzgado de guardia que estuviera mal visualmente cuando es lo mínimo que se busca en una de sus películas.

Resumiendo, Sombras Tenebrosas nos deja claro que el amigo Tim hace lo que quiere, cuando quiere y como quiere sin pensárselo mucho. Y claro, luego sale lo que sale.

domingo, 27 de mayo de 2012

El lamento de los desvanecidos


Lo reconozco: no le di a The Fades la oportunidad que merecía en su momento, sobre todo porque su existencia paso bastante desapercibida cuando se estrenó allá por septiembre. Sin embargo, este drama adolescente de BBC Three, ya cancelado con tan sólo seis episodios, se acaba de estrenar en España de la mano de Syfy, con una potente campaña promocional que ha hecho que me pique la curiosidad. Y la ficción, que no por nada opta a ganar el BAFTA a la mejor serie dramática del año, ha resultado ser muchísimo más que una propuesta interesante.

La serie se centra en Paul, un adolescente marginado que vive en un hogar disfuncional y que pasa la mayor parte del tiempo con su amigo Mac, un freak de cuidado que se comunica mediante referencias a pelis, cómics o videojuegos. Paul comienza a tener pesadillas que le atormentan sobre el fin del mundo y descubre que puede ver a unas extrañas criaturas llamadas fades (desvanecidos), muertos que no consiguieron ascender al cielo y están atrapados en la tierra sin poder tocar ni ser vistos por nadie. No tarda en conocer a Neil, que le revela que es un Angélico, y que los fades están tratando de rebelarse para volver a la vida, por lo que tienen que detenerlos.

Natalie Dormer, una de las protagonistas, cuando presentó la serie aquí en España, comentaba que lo mejor de ésta era que creaba una mitología totalmente nueva: los fades no son vampiros, ni fantasmas, ni zombies, y el espectador no conoce las reglas del juego, que se le van revelando conforme pasan los primeros episodios. Estoy hasta cierto punto de acuerdo, y diría que no es lo más original que podemos encontrar en The Fades. Al escuchar la premisa, e incluso tras ver los dos primeros episodios, los más flojos, los espectadores pensamos que The Fades será la típica ficción en la que un joven con poderes tiene que compaginar su vida “normal” con la lucha clandestina por salvar el mundo. Y a partir del tercer episodio rompe todos nuestros esquemas mostrando que es algo totalmente diferente.

Pero no sólo merece la pena por lo distinto de su dinámica. Los fades pueden ser en cierto modo un híbrido de otras muchas criaturas clásicas de la literatura, pero están creados con pinceladas de originalidad que le permiten a la serie plantear ciertos dilemas morales e incluir escenas de fuerte carga dramática en mitad de la locura que se desata en la segunda mitad de la serie. Si empieza mezclando con efectividad comedia, terror y toques de realismo, en la recta final los giros se suceden sin perder la credibilidad y los personajes van adquiriendo una ambigüedad moral que hace que The Fades sea todavía más estimulante.

Se dice a menudo que lo más importante en una ficción no son las respuestas que da, sino las preguntas que plantea, y The Fades sirve de ejemplo, puesto que no se limita a entretenernos con ciencia ficción. En vez de eso, explota al máximo sus posibilidades: la figura del fade es mucho más interesante que la del fantasma en cuanto a qué refleja de manera más cruda la agonía y la injusticia que supone la muerte, y solo por eso y por el humor tan retorcido que a veces se gasta es recomendable. Las escenas de terror consiguen dan verdadero miedo y el final, aunque deja un cliffhanger importante, resuelve casi todas las tramas de la temporada.

Actualización: Finalmente, The Fades ha ganado esta tarde el BAFTA a mejor serie dramática, mientras que otras series mucho más populares por estas tierras como Downton Abbey, Sherlock y Doctor Who no han llegado a estar ni nominadas. Esto es una garantía de calidad, pero también un resquicio microscópico de esperanza. A ver si la BBC se plantea “descancelarla”.

viernes, 25 de mayo de 2012

La venganza, mejor caliente


Cuando Amanda Clarke tenía cinco años, su padre fue culpado de un delito que no cometió y por el que fue a la cárcel, donde lo asesinaron. Años más tarde, Amanda decidió adoptar una nueva identidad (Emily Thorne) y mudarse a los Hamptons, donde se vengaría uno por uno de todos aquellos que destrozaron la vida de su padre.

Es la trama de Revenge, otro de los relativos éxitos que esta temporada televisiva ha dejado tras de sí. La serie de Mike E. Kelley que ha resucitado profesionalmente a Madeleine Stowe (12 monos, El último mohicano) y nos ha devuelto a Emily VanCamp (Everwood, Cinco Hermanos) a la televisión ha sido una propuesta honesta desde el primer minuto. El título ya anticipaba que iba a ser una historia de venganza, y no hacía falta más que ver las fotos promocionales para saber que iba a adaptar El Conde de Montecristo muy a su manera. Después de cinco episodios de presentación en los que la serie jugó a ser un procedimental de venganzas (y en los que disfrutamos viendo a Emily Thorne destrozar vidas), Revenge abrazó su propia filosofía y comenzó a quemar trama a marchas forzadas.

Mansiones hechas con los Sims, miradas de odio, cliffhangers efectivos y una gran actuación de Stowe que ya le ha valido la nominación al Globo de Oro. Revenge sabe que ser un drama consistente no es su liga (algunas de sus tramas son sonrojantes), y prefiere explotar otras bazas: la sorpresa, las tramas locas y los giros de guión constantes. Y, reconozcámoslo, es lo que la hace sumamente divertida: sabe lo que el espectador quiere y no espera ocho episodios para dárselo. Además, los guionistas han sabido crear muy bien un ambiente en el que notábamos que todo podía estallar en cualquier momento, y que si no lo hacía era porque Emily iba dos pasos por delante del resto y lo controlaba todo. Y a pesar de que la recta final ha tenido unos cuantos episodios más aburridos de lo que se esperaba de ella, el estallido se ha producido en un final de temporada apoteósico en el que lo han dado absolutamente todo.

(Y de aquí en adelante, spoilers de la season finale) Si finalmente Revenge no hubiese renovado, no me cabe duda de que Mike E. Kelley habría sabido darle un final decente. En 'Reckoning', Emanda ejecuta el último movimiento de su plan. Con la familia Grayson hundida en el fango, sólo quedaba aniquilar al responsable directo de la muerte de su padre. Esa pelea hacha en mano es sólo uno de los mil puntos álgidos del episodio, pero ha marcado un punto de inflexión entre lo que la serie era hasta ahora y lo que será en la segunda temporada.

El asesinato era probablemente el único nivel que Emily no había sobrepasado y que nos permitía seguir fieles a su causa. Al fin y al cabo, repartía justicia a quienes la merecían. En los últimos episodios han jugado con eso y Nolan ha sido en cierto modo la voz de la conciencia de una Emily a punto de verse desbordada por los acontecimientos. Al final, no sólo no ha sido capaz de matar sino que hemos visto su lado más humano con la muerte de Sam, el perro matusalén, y sus sentimientos hacia Jack. La calma tras la tormenta ha sido, por otro lado, muy breve: Emily, la de verdad, está de vuelta y embarazada; el avión en el que viajaba Victoria ha explotado; Charlotte ha intentado, no sabemos si con éxito, suicidarse; todo apunta a que Conrad irá a la cárcel; y, por último, parece ser que el asesinato de David Clarke no fue cosa de los Grayson, sino que forma parte de una conspiración mayor. Ah, y la madre de Amanda está viva.

Aun así, hay cosas demasiado forzadas  para acabar en cliffhanger: ¿Cómo es posible que Charlotte decida suicidarse antes de que a los informativos les dé tiempo a cambiar de tema y sin saber seguro aún si su madre está muerta? No lo sabemos, y francamente tampoco nos importa. Porque Revenge es una huida hacia adelante en la que no paran de regalarnos, uno tras otro, momentos para el recuerdo (Victoria subiendo al avión con Seven devils de Florence + The Machine sonando). Y porque la venganza suele ser un plato que se sirve frío, pero en caliente se disfruta mucho más.

Maestros del humor

Que Cougar Town sea mi comedia favorita, que defienda New Girl como uno de los mejores estrenos del año, que crea que Cómo conocí a vuestra madre sigue a un buen nivel y que me ría a carcajadas con los dobles sentidos sexuales y las bromas escatológicas de Max y Caroline en 2 Broke Girls no significa que no sepa ver la realidad: no han sido las sitcoms que más han brillado este año. Vaya por delante que no llevo Community al día –ya hablaré de ella por aquí este verano cuando acabe las dos temporadas que me quedan–, quiero hacerle hueco en esta entrada a las dos comedias, a mi juicio, más inspiradas de la temporada:



Modern Family llegó hace tres años a la televisión pisando fuerte. Todos nos rendimos a los pies de esta modesta comedia que ya en su piloto consiguió que soltáramos unas cuantas carcajadas (acordémonos del momento Rey León). Ahora, con tres años a sus espaldas, la serie que nos ha descubierto la vis cómica de Julie Bowen y Ty Burrell no sólo es seguida por millones de espectadores y gana todos los premios habidos y por haber, sino que se mantiene a un nivel envidiable. Con el paso de las temporadas, el reparto se ha convertido en una verdadera familia en la que cuesta encontrar una oveja negra: todos los actores cumplen, todos son capaces de protagonizar momentos estelares si les dan las tramas adecuadas y comparten una química más que palpable. Es increíble la capacidad que tienen de involucrar a unos miembros de la familia con otros y que todo resulte tremendamente natural. Y es que ya han probado todas las combinaciones posibles con excelentes resultados. Los mejores momentos vienen, por cierto, cuando la familia al completo se reúne: el posado del penúltimo episodio de la temporada, con una discusión que recuerda a los mejores momentos de Cinco Hermanos solo que aún mejor, es impagable. Si tuviese que ponerle alguna pega, diría que a veces las tramas de Mitchell y Cameron se hacen muy repetitivas. Sin embargo, ni me molesta el tono entrañable que tiene, ni los monólogos finales en los que se habla del concepto de familia como debe hacerse: familia son aquellas personas con las que compartes el día a día, que te apoyan en los momentos difíciles y con las que compartes las alegrías. Llamadme sensiblero, pero mientras me sigan haciendo reír como pocas comedias lo consiguen, larga vida a los Dunphy y a los Pritchett. Y que vengan los premios que tengan que venir.



Aunque si hablamos de repartos brillantes, ahí tenemos a los actores y actrices que dan vida al equipo del departamento de parques y tiempo libre de Pawnee. Parks & Recreation se asomó a nuestras pantallas más tímidamente, como un spin-off frustrado de The Office que trataba de copiar su estilo y su sentido del humor. No obstante, no tardaron en darse cuenta de que, por genial que fuese el personaje de Leslie Knope, necesitaban más para funcionar. Y así fue como los personajes secundarios fueron ganando peso y, por el camino, se convirtió no en una sitcom decente, sino en un peso pesado a tener en cuenta. Ahora no sabría decir si prefiero el estúpido entusiasmo de Chris Traeger (el mejor papel de Rob Lowe) o la genial apatía de April Ludgate y Ron Swanson. Lo que sí sé es que me gustaría trabajar en el Ayuntamiento de Pawnee, la mejor ciudad del mundo, y colaborar en la campaña política de Leslie Knope. Durante los veinte minutos que dura el último episodio de la cuarta temporada (casi tan genial en su conjunto como la anterior), crees firmemente en la política, en el género humano, y tienes ganas de ser mejor persona. La cruz de la moneda, en este caso, es Tom, un personaje que nunca ha llegado a encontrar del todo el tono y que ha formado con Ann (Ann Perkins!) una pareja forzada y sin química. A pesar de que sus audiencias no son nada del otro mundo, son estables y no dan vergüenza, por no hablar de que la crítica la adora. Así que como no sólo de The Office vive la NBC, Parks se ha convertido en su nueva niña bonita y es la única comedia que ha renovado por una temporada completa. Y que dure, que dure, que nosotros queremos ver cómo Leslie Knope se convierte en presidenta de los Estados Unidos, y eso lleva su tiempo.

P.D.: Ya habrá tiempo y espacio para hablar de cine en este blog cuando llegue el verano y, por un lado, acabe los exámenes, y, por otro, comente todos los finales de temporada de los que me parece interesante hablar.

miércoles, 23 de mayo de 2012

La retrospectiva de House

El final de House, que se emitió el lunes por la noche en Estados Unidos, no ha tenido la repercusión que sí tuvo el de Perdidos en nuestro país, en parte porque Cuatro ya no es la misma desde que Mediaset la absorbió. Fox España sí que emitió el episodio en directo con Norteamérica, pero aún así el cierre definitivo de la serie de David Shore ha tenido una difusión mediática limitada, a pesar de que ha tenido más presencia en los medios que el de Mujeres Desesperadas la semana pasada. Esto es comprensible, sobre todo, porque durante buena parte de estos ocho años, la serie ha sido todo un hit en España: un éxito que permitió a una cadena recién nacida como Cuatro liderar el prime time.

En Estados Unidos, que es donde verdaderamente importa, los datos del final también deslucen si echamos la vista atrás: de diecisiete millones de espectadores a nueve. Aun así, la Fox ha tenido mucho más respeto por ella del que la ABC ha tenido con las de Wisteria Lane: les ha dado a los responsables espacio para currarse un especial retrospectiva que conmemora lo que han sido estos ocho años de serie (que ha dado voz a todos los que han trabajado en ella delante y detrás de las cámaras) y, en definitiva, le ha dedicado una noche para despedirse por todo lo alto. Y los guionistas, por su parte, han estado a la altura de las circunstancias y han escrito un episodio final al que, personalmente, pocas pegas le puedo poner.

Soy de los que han defendido la serie con uñas y dientes a lo largo de su trayectoria. Creo que, hasta la séptima temporada, que flojeó en sus últimos episodios, la calidad de House no hizo más que subir. Había quien se quejaba de que los guionistas se negaban a hacer evolucionar al doctor, pero en mi opinión Gregory House era más complejo con el paso de los años y la interpretación de Hugh Laurie cada vez requería más matices. Los secundarios, que nunca han importado más que como comparsas del protagonista, han ido cambiando con el tiempo sin que la serie se viese demasiado afectada. Curiosamente, siempre se iban los mejores (Cameron, Trece, Masters), mientras que otros, como Foreman, bastante hostiables, nos han acompañado más tiempo del que a muchos nos gustaría.

Por suerte, a pesar de que Cuddy abandonó el barco al final de la séptima temporada, el doctor Wilson se ha quedado con nosotros hasta el final, y gracias a su permanencia, el equipo ha tenido con qué trabajar a la hora de escribir un magnífico canto del cisne.

(Y ahora ya paso a hablar del final con spoilers). El cáncer de Wilson puede, en principio, parecer un recurso fácil: ponemos en peligro a uno de los personajes principales de cara al final para colocar la nota emocional. Pero lo cierto, sin embargo, es que era hasta necesario para que House fuese medianamente crítico con la manera en que ha tratado a su mejor amigo durante todos estos años. Lo único que podríamos achacarle al final de la serie es que es demasiado redentor con el personaje, pero después de ocho años de amagos de cambio y medias tintas, sienta bastante bien que House dé el paso definitivo hacia el altruismo antes de despedirse.

Además, House se toma también su tiempo para reflexionar sobre la propia identidad. ¿Podía llegar a quererle alguien? ¿Sería capaz de ser feliz? ¿Tenía sentido su vida más allá de los puzzles que a diario tenía que resolver? Al final, durante el falso funeral en el que Wilson estalla diciendo que es un cabrón egoísta, nos damos cuenta de que fue mucho más. Lo fue para Trece, con quien llegó a desarrollar una amistad sincera aunque ninguno de los dos lo reconociese; y lo fue para cada una de las personas con las que trabajó. Convivir con él nuca fue fácil, porque prácticamente los torturaba psicológicamente, pero algo sí que le deben: sacó lo mejor de cada uno de ellos.

P.D.: Y si queréis leer un artículo en el que se habla de lo que ha hecho especial a la serie, podéis leer el de Marina Such en Series de Bolsillo. Estoy muy de acuerdo: lo mejor, las risas.

martes, 15 de mayo de 2012

Cuando se acabó la desesperación

El domingo llegó a su fin la serie que, junto a Perdidos, revolucionó la televisión americana y mundial. Si los náufragos introdujeron y normalizaron un estilo narrativo complejo en la ficción, diría que las amas de casa de Wisteria Lane hicieron incluso más presentando un humor negro y retorcido y una crítica social que sacó los colores al sector más rancio de la población. Mujeres Desesperadas, de Marc Cherry, no sólo ha sido la serie que más ha reivindicado la figura de la mujer en la televisión (y a través de cuatro amas de casa), sino que probablemente ha sido la que mejor ha mezclado comedia y drama en la última década. Ya quisieran Glee o las dramedias de Showtime tal balance entre la carcajada y la emoción.

A lo largo de sus ocho años, las Desesperadas han sido el reflejo más realista de lo que entendemos por un culebrón. Aunque cada año llegaba a Fairview un nuevo vecino con un secreto que ocultar (y por desgracia para ellos siempre han sido demasiado torpes tratando de borrar su vida pasada) la atención nunca se ha centrado del todo en ellos. Mientras los personajes protagonizaban auténticos dramas y vivían perturbados por la muerte de algún vecino o lo que podía esconder otro, seguían teniendo que pagar las facturas de la luz y el gas, seguían teniendo que llevar a sus hijos al colegio y tenían que luchar por conservar su trabajo.

La realidad cotidiana siempre ha mandado en esta comedia sobre la doble moral, y por el camino nos presentó a cuatro amas de casa, a priori tan diferentes entre sí, y la amistad que las unía. Si en principio compartían poco más que la valla del jardín, Bree, Lynette, Susan y Gaby han ido forjando una amistad inquebrantable que ha sobrevivido a incendios, tornados, secuestros, accidentes, divorcios, enfermedades y asesinatos. Si algo ha hecho bien la última temporada, de hecho, ha sido poner en tela de juicio la relación de ellas cuatro, que ha sido el motor de la ficción a lo largo e las temporadas. Eso y demostrarnos en el último episodio cuánto ha evolucionado cada una de ellas, probando que Marc Cherry tenía un plan. Otra cosa es que ese plan me haya terminado de convencer.

(A partir de aquí hablo con spoilers del final de la serie). No voy a entrar en la resolución del juicio de Bree –tan patillera después de tres años viendo The good wife como necesaria–, porque a pesar de que haya sido la trama fuerte de la temporada, útil para conocer a las protagonistas un poco mejor de lo que ya lo hacíamos, ha empañado un final que podía haber sido redondo. Aun así, reconozco que la intervención de McCluskey me hizo aplaudir. La previsible reconciliación de Tom y Lynette ha sido emocionante y está muy bien escrita, siendo uno de los mejores momentos del episodio doble. La escena de la limusina, en cambio, sirve de contrapunto cómico y nos hace soltar unas cuantas carcajadas, recordándonos hasta el último momento lo que ha sido esto: una de las mejores y más ignoradas comedias de la televisión.

El cenit del capítulo de cierre ha sido la secuencia Wonderful! Wonderful! La vida de McCluskey se apaga mientras el nieto de Susan, Mike, Tom y Lynette nace, Bree llora desconsolada por la muerte de su amiga y Gaby y Carlos bailan con sus hijas en la boda de Renee como la familia feliz en la que se han convertido. Esto no tendría sentido sin las escenas previas, en las que Lynette comprende que no necesita tanto para ser feliz, Gaby y Carlos se dan cuenta de que nunca serán un matrimonio perfecto porque su vida es mucho más emocionante así y Bree aprende de manera definitiva que alguien puede quererla a pesar de no llevar una máscara y fingir que es perfecta.

Mi único problema con el final es que, al ser ésta una serie rutinaria, siempre pensé que el final no sería un punto y final, y que dejaría más a la imaginación. Prefería pensar que, aunque no las viéramos, las protagonistas seguían en Wisteria Lane cada día hasta el fin de los tiempos. Si el episodio hubiese acabado con la última partida de póquer, habría sido redondo y aún estaría aplaudiendo a Marc Cherry, pero esos futuros imposibles me destrozaron el final. Y que Susan, el personaje más random y plano de la serie, protagonizase la última escena tampoco me gustó demasiado. Porque, además, si no vas a poder incluir a Edie Britt entre los muertos, mejor no escribas una secuencia como esa.

jueves, 10 de mayo de 2012

Los cambios de Nick y Schmidt

Que Zooey Deschanel nos enamoró a todos en (500) días juntos es un hecho. Su Summer, uno de los personajes más crueles que las comedias románticas en particular y el cine en general han conocido, no sólo le rompió el corazón a Joseph Gordon-Levitt, sino que se hizo un hueco en nuestra cabeza del que ya no ha salido. Aún así, como Deschanel tampoco es una gran estrella del cine, el éxito de New Girl sorprendió un poco en septiembre, pues casi podríamos decir que la sitcom protagonizada por la cantante de She & Him es uno de los pocos estrenos, junto a Once Upon a Time, que ha tenido verdadero éxito.

Y los comienzos titubearon. Fui de los muchos que no dejamos de verla por Zooey, porque los personajes no acababan de tener gracia y ni siquiera estaban bien dibujados. Lo que les pasara a los compañeros de piso de Jess nos importaba más bien poco. Pero en algún momento, sin que apenas nos diésemos cuenta, los engranajes empezaron a girar y alguien se dio cuenta de que no podían basarse sólo en el humor físico (que se les da francamente bien) y en gente gritando. De pronto, los personajes de New Girl comenzaron a tener alma.

Schmidt fue el primero en despegar. Su personaje, por básico que fuera, al menos tenía cierta personalidad, y rápidamente lo convirtieron en algo así como un híbrido entre Barney Stinson y Monica Geller. Su tira y afloja con Cece, además, dejó de ser tan random y empezó a tener algo más de base. Ambos personajes mejoraban cuando compartían escenas y los guionistas no tardaron en darse cuenta de que las tramas de Schmidt debían ir por ese camino. Winston, por su lado, aún sigue dando tumbos sin saber exactamente cuál es su papel. Le reservan algunas de las mejores frases del guión y su función es básicamente la de alivio cómico, pero sigue sin conectar demasiado con la audiencia.

Nick Miller, en cambio, es otra cosa. Que le dotaran de más inseguridades y que tuviese líneas de diálogo que nos mostraban su trasfondo sin ser demasiado obvias hizo que conectáramos con él fácilmente. Pero, además de inseguro y pesimista, Nick es torpe e infantil, y tiene más capas que ningún otro personaje de la serie (que tampoco es decir mucho, no nos engañemos). Me gustaría añadir también que la capacidad de Jake M. Johnson para poner caras de tortuga -a cada cual más rara- bien le podrían valer una nominación al Emmy. Es, desde luego, el secundario más creíble y consistente de la sitcom.

Por todo esto, y porque Jess era genial desde el principio, New Girl ha acabado funcionando muy bien. Últimamente los guionistas parece que están muchísimo más inspirados y los diálogos por fin hacen gracia. Puede que no llegue al nivel de Modern Family, Parks & Recreation o Cougar Town, pero si en su segundo año sigue el camino trazado, no debería sorprendernos que se haga un nombre dentro de un campo tan reñido como es el de la comedia televisiva actual. Si bien no es perfecta, a mí me gusta y me ha parecido uno de los mejores estrenos de la temporada. Nick y Jess tienen madera de Ross y Rachel, y los echaré a todos de menos este verano.  

domingo, 6 de mayo de 2012

La vejez de los argumentos


Durante la pasada gala de los Goya, el presidente de la Academia de Cine se dedico en su largo discurso  a quejarse del público español. Según él, todos somos unos piratas que descargamos ilegalmente las películas y por nuestra culpa la industria está como está. Sin embargo, yo no tengo la culpa de que Lo mejor de Eva, Torrente 4 o El sexo de los ángeles me interesen más bien poco, y que por el contrario me muriera de ganas de ver Arrugas, la película de Ignacio Ferreras que no sólo estuvo nominada a los premios Annie y ganó el Goya a la mejor película de animación, sino que le arrebató, para mi regocijo, el premio a mejor guión adaptado a Pedro Almodóvar y a su Piel que habito.

No obstante, mis ganas de ver Arrugas cayeron en saco roto por culpa de la pésima distribución de la película, que no se estrenó en ninguna sala de Murcia, donde yo vivo, y he tenido que esperar al estreno en DVD para poder disfrutar de esta pequeña joya disfrazada de película humilde. Basada en un cómic de Paco Roca (también involucrado en el guión), Arrugas nos cuenta la historia de Emilio, un anciano con principio de Alzheimer al que sus hijos dejan en una residencia. Allí conoce a Miguel, un viejo relativista e ingenioso que se desenvuelve en el geriátrico como pez en el agua.

La película hace comedia con un tema que no se presta con facilidad. La melancolía que invade a los personajes es inevitable, pues la vejez y la enfermedad no son plato de buen gusto para nadie. Por eso, a pesar del tono suave que con empeño alcanza, Arrugas me ha acabado partiendo el alma. Eso no la convierte en sentimentaloide, y de hecho tiene unas cuantas escenas cómicas bastante conseguidas (esa gimnasia), y las peculiaridades de los ancianos que habitan en la residencia como mínimo sacan más de una sonrisa. Con muy pocas pretensiones, y utilizando un género menor para muchos como es la animación, se convierte en una de las producciones recientes más destacables de nuestro país.

Pero lo mejor es que, además de ser reflexiva y levemente existencial, es ligera y muy entretenida, es decir, que tiene todos los ingredientes para gustar a un amplio abanico de espectadores. No tiene madera de blockbuster, pero con una promoción, un marketing y una distribución decentes, podría haberse beneficiado del boca-oreja, al estilo de otras como Intocable, Los Descendientes o El exótico Hotel Marigold, y haber conseguido una recaudación decente. Así que la industria española quizá debería dejar de echar balones fuera y darse cuenta de que la culpa de que estemos tan mal también (y sobre todo) la tienen ellos. Arrugas merece mucho la pena, y es una cinta por la que habría pagado una entrada y me habría sentido satisfecho.