sábado, 24 de marzo de 2012

El vacío de Baxter y Kubelik

La semana pasada, El País publicaba un artículo dedicado a El Apartamento, la maravillosa película de Billy Wilder que ofrecían con la edición del domingo. Y decían, entre otras muchas cosas, que pocos cineastas habían conseguido reflejar la sociedad neoyorquina de la época como lo hizo Wilder durante su filmografía. El Apartamento, la que casi todos los críticos coinciden en nombrar como su obra cumbre, no solo es una de las películas más deliciosas que he tenido la oportunidad de ver, sino que confirma las palabras del articulista.

En pleno siglo XXI, cuando todos alabamos Mad Men por su excelente ambientación y su crítica mirada a los años 60, nos olvidamos de que siempre resulta mucho más fácil juzgar duramente una época pasada, algo que Wilder ya se atrevía a hacer en tiempo presente. A través de la mirada de Jack Lemmon y Shirley MacLaine, el cineasta construye una radiografía de la sociedad del momento, barnizada con una capa de positivismo pero constituida por existencias individuales marcadas por el vacío y el autoengaño.

C.C. Baxter, que trabaja en una compañía de seguros de Manhattan, vive en un modesto apartamento de la ciudad que de vez en cuando presta a sus compañeros y superiores para que lleven allí a sus citas. Los problemas llegan, sin embargo, cuando lo que parece una estrategia para prosperar y escalar en la pirámide de la empresa se convierte en un círculo vicioso, al tiempo que descubre que la señorita Kubelik, la ascensorista de la que está perdidamente enamorado, es uno de los ligues de su jefe.

Aunque se podría destacar la dirección de El apartamento, que ha envejecido de maravilla y cincuenta años después todavía se puede apreciar una fotografía cuidadísima, lo que destaca por encima de todo en ella es su brillante guión. Wilder y Diamond consiguieron en su momento dotar a la cinta de un ritmo ágil y convertirla además en algo muy orgánico, pues todos los elementos y personajes secundarios funcionan como un perfecto engranaje, haciendo que las escenas se sucedan con una naturalidad inmejorable. De hecho, El apartamento en general no se ha resentido con el paso de los años, y pese a los cientos de películas posteriores que beben de su influencia, se disfruta enormemente con la historia de amor que plantea.

Con una constante sonrisa y alguna leve carcajada, somos testigos de lo arriesgado que era Wilder al arremeter con sutil acidez contra los aspectos más turbios de una sociedad muy poco crítica consigo misma. Pero además, tengo que apuntar que la película tiene uno de los finales más perfectos que recuerdo. Es una genialidad y el lugar que tiene en la historia del cine es más que merecido, así que no se me ocurre mejor forma de inaugurar oficialmente el blog que con ella.

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