La ejecución de House of cards,
la serie con la que Netflix se ha abierto paso en el terreno de la
producción propia a lo grande (9 nominaciones a los Emmy dejan claro
que la industria aplaude la iniciativa), ha sido calculada al
milímetro, casi tanto como el plan de Frank Underwood para vengarse
del presidente de los Estados Unidos por haberle arrebatado el cargo
que le prometió en campaña electoral, la Secretaría de Estado.
Protagonizada por Kevin Spacey y Robin Wright —que está bastante
mejor que él, todo sea dicho— y producida por David Fincher, que
también dirigió los dos primeros episodios, se trataba de una
apuesta prácticamente infalible.
Y,
aunque no es oro todo lo que reluce, House of cards reluce
que da gusto. Se nota la mano de David Fincher, que si bien no
experimenta demasiado con la puesta en escena porque seguramente
considera que la televisión está muy por debajo de sus estándares,
despliega una realización ambiciosa, oscura, elegante y abrumadora
aunque muy poco arriesgada. Puede que la serie no tenga la mejor
dirección del año (porque existen Hannibal y
The Killing), pero
destaca por encima de la media y el sello de identidad de
Fincher se mantiene a lo largo de toda la temporada.
De
todos los naipes con los que el congresista construye su castillo,
destacan dos especialmente por su personalidad, aunque los actores
están en general bastante bien. Spacey y Wright eran apuestas
seguras, pero es Corey Stoll en el papel de Peter Russo quien más
brilla, sobre todo porque se trata del personaje con más fisuras y
conflictos internos. Mientras el resto de personajes de House
of cards tienen muy claros sus
propósitos y hasta dónde están dispuestos a llegar para
conseguirlos, Russo está perdido y lleno de debilidades, lo que
siempre permite empatizar más con él. La trama periodística
encabezada por Zoe Barnes (Kate Mara) es otra de las vertientes más
interesantes de la historia, y todavía no tengo claro si lo que
mueve a Zoe es la búsqueda de la verdad, como tantas veces clama a
lo largo de la temporada, o simplemente busca reconocimiento e
influencia.
El
resto de personajes, con sus breves y ocasionales atisbos de
humanidad, se comportan como robots, empezando por el matrimonio
protagonista. Pese a lo convencidos que están de quererse el uno al
otro, su relación parece más una conveniente asociación de
beneficio mutuo, y uno de los puntos a favor de la serie creada por Beau Willimon (Los idus de marzo) con respecto a otras
ficciones protagonizadas por antihéroes es que la mujer del
protagonista no es una amargada que tiene que soportar los caprichos
y maquinaciones de su marido, sino que lo acepta tal como es (al
menos la parte que conoce) y lo aprovecha en su propio beneficio.
Sin
embargo, he tenido mis problemas con la serie, empezando por lo
difícil que me resulta conectar con el plan de Frank Underwood.
Entiendo lo que le mueve a actuar —después de todo, le han dejado
en la estacada— pero sus métodos son tan poco ortodoxos y es tan
obvio que la necesidad de poder le corroe que no puedo implicarme con
la trama principal de la serie. Porque House of cards
confunde intentar ser realista con la necesidad constante de
demostrar que los personajes son muy turbios. Desde luego, me creo
más esta visión que la de El ala oeste,
pues estoy seguro de que los intereses personales mueven más en un
gobierno que la búsqueda del bien común, pero semejante nido de
ratas me acaba pareciendo forzado y excesivo. Además, el éxito de
Underwood se basa muchas veces en lo estúpido que es el presidente;
algunas de sus manipulaciones son de patio de colegio y cuesta pasar
por el aro.
Aun
así, hay que alabar de House of cards
el buen ritmo que tiene. Pese a que la trama se va desarrollando poco
a poco, en todas las escenas ocurre algo y todas sirven a un
propósito (algo que por otra parte le resta naturalidad) y la
ruptura de la cuarta pared de Kevin Spacey en busca de complicidad
queda bien. Además, no es un recurso barato que se utilice para
contarnos más de lo necesario: el estado de ánimo de Frank se nos
revela a través de la interpretación de Spacey, y las confesiones a
cámara se limitan simplemente a explicarnos el escenario donde se
mueve.
Por
tanto, no me atrevería a decir que House of cards
no es buena porque sí lo es, aunque debería ser más orgánica y
menos intensa para que me gustase del todo. A Netflix le ha salido
bien la apuesta, y aunque lo entiendo, me molesta que puestos a colar
una novedad entre las nominadas a mejor drama, los Emmy se hayan
quedado con esta en lugar de fijarse en Hannibal o
The Americans. Raro
será que, como mínimo, Fincher no se lleve una estatuilla a su
casa.
1 comentario:
Hola!! tu blog está genial, me encantaria afiliarlo en mis sitios webs y por mi parte te pediría un enlace hacia mis web y asi beneficiarnos ambos con mas visitas.
me respondes a emitacat@gmail.com
besoss!!
Emilia
Publicar un comentario