domingo, 26 de agosto de 2012

Carrie, Brody y el color amarillo


Nota: Spoilers de la primera temporada de Homeland.

En Homeland, el gobierno de los Estados Unidos ordenó la destrucción un colegio iraquí. Murieron ochenta y dos niños inocentes, entre ellos Issa, el hijo del terrorista Abu Nazir, que había desarrollado un vínculo muy fuerte con el sargento Brody, un marine retenido por Al Qaeda contra su voluntad. Probablemente este hecho, que demuestra que a pesar de su título Homeland es una serie muy crítica con la política anti terrorista de su país, sea el más significativo de toda la serie, pues se convierte en la motivación de Brody y en la obsesión de una Carrie completamente alterada por su trastorno bipolar.

Pero este mismo hecho sirve, al menos en mi caso, para que en Homeland no me importe lo más mínimo que los terroristas cumplan con éxito su objetivo, puesto que el gobierno estadounidense es tan despreciable como ellos. Sin embargo, la cabecera de la serie (que podrá irritarme bastante cuando la he visto más de tres veces, pero aun así es una genialidad) es vital para comprender a Carrie Mathison, que ha crecido expuesta continuamente al miedo al terrorismo. Por lo que le oímos a lo largo de los doce episodios de la primera temporada, Estados Unidos lo es todo para ella: el presidente es el líder del mundo libre y un ataque terrorista puede hacer temblar los cimientos del mundo entero.

Es por eso que Homeland, una vez acabado el juego de los primeros ocho episodios, en los que no teníamos aún claro si Brody era o no un traidor y la confusión conseguía crearnos casi la misma ansiedad que a Carrie, consiguió aburrirme. Los últimos episodios de la temporada (salvando el último), se me han hecho muy cuesta arriba y he tenido que acabar la temporada prácticamente un año después. Y es que el motor de este drama de Showtime son los dos personajes principales: Carrie Mathison y Nicholas Brody. Lo interesante no es ver cómo se desarrolla la conspiración, que confieso que me ha provocado más bostezos que otra cosa, sino cómo afecta todo al mundo interior de los protagonistas.

Damian Lewis y Claire Danes, por derecho propio, deberían dar sendos discursos en la próxima gala de los Emmy, porque no sólo han conseguido una química de lo más bizarra y genial, sino que individualmente han conseguido unos retratos de sus personajes impecables. Él, con la ambigüedad necesaria al principio y la humanidad que requería la recta final. Ella, contenida en su obsesión cuando la situación lo precisaba y desatada pero sin demasiados excesos a raíz de la decepción amorosa y la detonación de la bomba. Me cuesta admitirlo, pero se merece el Emmy aún más que Julianna Margulies y Michelle Dockery.

Por eso, Homeland se diferencia de otras propuestas como Rubicon no ya porque es mucho más dinámica (la serie de AMC era lenta hasta límites insospechados), sino porque mientras en Rubicon aquella conspiración de la que apenas sabíamos nada superaba a los personajes, Homeland es más bien la historia de dos personas con un gran bagaje emocional, que se atraen el uno al otro y cuya relación se enmarca en uno de los contextos más complejos posibles. Y pese a los abundantes momentos en los que todo me resultaba indiferente, bravo por ella.

P.D.: Eso sí, si me preguntáis, Rubicon me parecía mucho más fascinante.

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