viernes, 27 de abril de 2012

Cien horas con Olivia Dunham


Fringe es una serie con suerte. A pesar de sus nefastas audiencias, Fox anunció ayer que tendremos la ansiada quinta y última temporada de trece episodios que servirá para cerrar las tramas y despedir a la serie como se merece. Y aunque me alegro muchísimo por la noticia, también reconozco que la cuarta temporada de Fringe ha bajado un poco el nivel. Este año, más que nunca, se han visto algunos de los fallos de los que adolece la serie y han tenido algún que otro episodio aburrido. Como a estas alturas de la película es muy complicado hablar de Fringe sin spoilers, si no la lleváis al día, mejor que no sigáis leyendo. Y si no la veis, echadle un vistazo a este video.

No quiero crucificar a la serie, porque me sigue gustando mucho. De hecho, mientras que algunos se quejaron del reseteo que ésta sufrió al principio de la temporada, a mí me pareció muy interesante: el vacío de Olivia Dunham y Walter Bishop fue un ejemplo más de lo grande que puede llegar a ser esta serie. Fringe ha conseguido una vez más mostrarnos nuevas facetas de unos personajes excelentes que son el ejemplo audiovisual del “Yo soy yo y mis circunstancias” de Ortega y Gasset.

Sin embargo, y como ya sucedió en la tercera temporada, el buen pulso y la constancia con la que arrancaron flojeó después de navidades. Si el año pasado comenzaron a quemar trama en una huida hacia adelante con momentos loquísimos (la campana de William Bell), este año han pecado justo de lo contrario. Como si se supiesen ya impunes y la sombra de la cancelación no planeara sobre ellos, se empeñaron en hacernos creer que el ámbar era un universo más (mientras los títulos de crédito se volvían cada vez más azules) y que Peter Bishop regresaría a casa en cualquier momento, a un hogar en el que le esperaban su Olivia y su Walter.

De haber sido así, la nueva línea temporal presentada se habría quedado en nada y al final optaron por lo más sensato e hicieron que Olivia recordase. Pero mientras que Olivia vuelve a ser nuestra Olivia, Walter en ningún momento recuerda a su hijo y no hay indicios de que empiece a hacerlo, cosa que no me explico. Lincoln, encima, ha tenido que cambiar de universo cual pagafantas y parece que se tendrá que “conformar” con la Olivia alternativa en un giro rapidísimo en el que se han llevado a su doppelgänger por delante. Por otro lado, la relación de Peter con Olivia está desgastada y no desprende la chispa de antaño (más por Joshua Jackson que por Anna Torv, que sigue haciendo un trabajo de Emmy). Los guionistas lo saben y desde que volvieron apenas los hemos visto juntos.

En vez de eso, parece que están buscando un nuevo hilo conductor de la historia, probando varios y sin decantarse por ninguno. Cuando vi el barco con los “monstruos” (muchos de la primera temporada), pensé que ese era el camino que iban a seguir de cara al final, pero no se ha vuelto a saber nada. Y mientras David Robert Jones está intentando destruir los universos, también nos han presentado en el último episodio un mundo distópico en el que los observadores dominan la tierra (la explicación de qué son me gustó mucho y me convenció, por cierto).

Aún así, confío en que tendrán muy bien planeada la última temporada y dejarán de dar palos de ciego. Nos espera una recta final de infarto hasta llegar a los cien episodios. Y muchos de esos cien podrían pasar a la historia de la televisión si esta serie la viese alguien.

viernes, 20 de abril de 2012

Los Juegos de Gary Ross





















En mi viejo blog comenté cuando acabé de leerme los dos primeros libros de la saga Los Juegos del Hambre que me habían gustado mucho. Intentando ser un poco objetivo, apuntaba que era una saga adolescente bien construida, que no trataba al lector como un imbécil y que presentaba un universo que, al menos a mí, me resultaba interesante. Evidentemente los libros tienen sus fallos, entre ellos una narrativa simple y una protagonista que puede resultar cargante a ratos de tanto que reitera sus dilemas morales, pero lo que no se puede negar es que tienen contenido suficiente como para filmar una película. La duda estaba en si Gary Ross, director de una de mis películas favoritas como es Pleasantville, iba a dar la talla a la hora de sacar adelante una adaptación de las novelas.

Y sí y no. Sí porque Panem, el capitolio y los distritos están genialmente recreados, porque renuncia a la voz en off, un recurso que podría haber estropeado por completo la cinta, y porque la película goza de un ritmo ágil y respeta al máximo el material original. No porque el director ha optado a la hora de rodar la película por utilizar un recurso como es la cámara en mano que, a pesar de resultar más conveniente de lo que en un principio pensaba, ha entorpecido el film en ciertos momentos. La primera parte de la cinta, en la que Katniss va descubriendo el casi macabro entorno que rodea los Juegos desde dentro, el tembleque constante de la cámara ayuda a reforzar los sentimientos de la protagonista, que a ratos se ve superada por las circunstancias. Sin embargo, a la hora de adentrarse en el estadio, el movimiento de la cámara ha resultado ser un recurso fácil para suavizar las escenas más violentas. La secuencia de la cornucopia, que ya de por sí es bastante buena, habría sido perfecta con una cámara fija.

Otro de los aciertos, sin duda, ha sido escoger a Jennifer Lawrence para el papel. Por edad y físico, da el perfil perfectamente, y me parece vergonzoso que se haya comentado que no está lo suficientemente delgada para ser Katniss, cuando los Juegos del Hambre apenas duran unos cinco días. Además, me sorprende que se pongan en duda las dotes interpretativas de ésta y se diga que repite la interpretación que hizo en Winter's Bone, cuando, en primer lugar, son dos personajes bastante parecidos en esencia (adolescentes a las que la vida no ha tratado demasiado bien y que se ven obligadas a madurar muy rápido), y, en segundo, porque es increíble la cantidad de matices que es capaz de darle a una sonrisa. No se me ocurre a nadie mejor para el papel, sinceramente, y quien haya visto la vida que es capaz de darle a un personaje tan irrelevante como el que hace en Like Crazy sabrá que esta chica vale para actuar.

Al ser el lenguaje audiovisual radicalmente distinto al literario, ha sido necesario sustituir los pensamientos de Katniss con otros elementos que reforzaran la idea de que los Juegos no son sólo un castigo, sino un espectáculo morboso y grotesco con el que todo el capitolio se recrea: las notas de los regalos, el equipo de realización de los Juegos o las conversaciones de Haymitch con los patrocinadores. Estos recursos, quizá de manera involuntaria, han hecho que el giro que da la historia a la mitad sea más creíble y no parezca tan forzado y facilón como en los libros. Las decisiones que el director de los Juegos del Hambre va tomando durante el transcurso de los mismos se justifican con hechos, y no con meras conjeturas de Katniss. Y ya de paso, se han añadido un par de cosas del segundo libro que sirven para dar continuidad a la historia (genial lo que respecta a Seneca Crane, en mi opinión).

Los Juegos del Hambre no es ninguna obra maestra, como tampoco lo eran los libros, pero sí que es una película notablemente buena y una de las adaptaciones mejor conseguidas que recuerdo últimamente. Los momentos álgidos del libro siguen siendo muy emocionantes en la película, aunque algunas de las muertes no impresionan tanto como deberían, sobre todo por la cobardía de la cámara.

lunes, 16 de abril de 2012

Viviendo en ninguna parte




















Jason Reitman, como director, es un tío con personalidad. Normalmente, para que una película se te cuele en la memoria tiene que ser especialmente impactante, tremendamente divertida o conectar emocionalmente contigo. Y en los pocos años que lleva haciendo largometrajes (empezó en 2005 con Gracias por fumar, que no se reivindica lo suficiente), Reitman ha apostado por un tipo muy específico de comedias dramáticas que a priori lo tenían todo para pasar con indiferencia por las pantallas y que han acabado convirtiéndose en referentes del género.

A pesar del revuelo que armó y de lo que dijesen los americanos, Juno, la película que le catapultó a la fama, no era tan corrosiva y gamberra como nos la quisieron vender. Y, si bien todas las películas de Reitman tienen un toque de acidez que les sienta de maravilla, prefiero definirlas como “comedias con grandes dosis de verdad”, ya que en mi opinión es esto lo que las distingue y las hace destacar. Si además tiene el valor de tratar temas como el embarazo adolescente o los despidos a causa de la crisis económica justo en épocas en las que están de plena actualidad, bravo por él.

Digo todo esto a raíz de Up in the air, película que tenía pendiente desde hace un par de años y que ayer venía con El País. Como mínimo, leyendo la premisa y viendo las seis nominaciones que tuvo en los Oscar de 2009, parecía algo interesante. Y vaya si lo es, porque Up in the air es más claramente que sus dos películas anteriores un espejo en el que verse reflejado. El personaje de George Clooney, que se presenta a sí mismo como un tipo extraño que disfruta viviendo en ninguna parte y que se siente como en casa esperando junto a la maleta en una terminal tiene mucho de cualquier persona que se aferre a sus costumbres o que niegue los propios miedos.

Su meta, los diez millones de millas, un objetivo tan banal como significativo que le basta para seguir adelante. Y Vera Farmiga y Anna Kendrick, las dos mujeres que vienen a destrozar su estabilidad emocional y laboral, respectivamente. Up in the air parece una historia sobre la crisis económica, sobre los despidos, sobre la pérdida de la esperanza, pero sólo lo es superficialmente. El trabajo del protagonista, cuanto menos curioso (las empresas le contratan para despedir gente suavizando el impacto para evitar represalias legales), sirve para mostrar un par de testimonios interesantes y sacarle los colores a una sociedad en la que realmente a nadie le importa el despedido, pero la crítica nunca pasa por encima de los personajes.

Al rebuscar entre películas que mezclan drama y comedia podemos encontrarnos con cosas terribles, y solo conseguir una dramedia consistente ya es digno de mención. Por tanto, Up in the air, en la que las situaciones más dramáticas se tornan en absurdo y al final el tono general es tan neutro que fascina, es una gran película y hay que valorarla como tal.

domingo, 8 de abril de 2012

La intocable nota emocional




















Intocable se ha convertido ya en la película más taquillera de la historia de Francia. Sin ir más lejos, aquí en España la película se ha colocado durante varias semanas en el número uno de venta de entradas, por encima de otras ofertas a priori más comerciales y atractivas, y enfrentándose a algunos estrenos nacionales, como [REC]3 o Extraterrestre, que se han tenido que conformar con unas cifras bastante discretas. El éxito se ha extendido por toda Europa y los Estudios Weinstein ya preparan el remake estadounidense con Colin Firth, un valor seguro.

¿El secreto de su recibimiento? Que es buena. No realista, pero extremadamente buena. Para quien a estas alturas no lo sepa, la película de Oliver Nakache y Eric Toledano narra la relación entre Philipp, un aristócrata tetrapléjico y Driss, un inmigrante recién salido de la cárcel que comienza a trabajar como su cuidador a domicilio. Y si bien podemos ser exigentes y achacarle demasiado idealismo, también hay que ser muy duros para no emocionarse con esta propuesta.

Intocable me daba pereza, pero aquí no hay sensiblería barata, sólo una banda sonora excepcional que potencia las emociones. Es una de las cosas que más me ha gustado: la sutileza con la que trata de conmover. En ningún momento sientes la violación emocional que mana, por ejemplo, de Extremely Loud & Incredibly Close, porque las formas de Intocable son menos invasivas. La historia que cuenta es cruel pero positiva, y los personajes no se regodean en la tragedia, algo en lo que hubiera sido muy fácil caer.

Por eso no entiendo las críticas en ese sentido. Está muy claro que es una película good feeling, y ya en el propio cartel vemos a los protagonistas radiantes de felicidad. Pero, como no me cansaré de criticar, atravesamos una etapa en la que el cine (bien hecho) que ofrece un enfoque optimista de la vida recibe infinidad de críticas injustas. E Intocable está muy bien hecha, porque tiene un guión salpicado de frases ingeniosas, una pareja protagonista con química, unos secundarios carismáticos y una magnífica banda sonora que combina la música clásica con temas compuestos expresamente para el film. Cine para todos los públicos que no insulta la inteligencia del espectador. Además, François Cluzet es un gran actor y Omar Sy tampoco se le queda atrás (de hecho, le arrebató el Cesar a Jean Dujardin).

Por cierto, la película también tiene un par de tramas secundarias bastante simpáticas en las que intervienen el resto de empleados de la casa de Philipp, y me ha gustado mucho el final de una de ellas, que resulta no ser nada predecible a pesar de que emplea una vuelta de tuerca bastante manida. Intocable, en definitiva, ha probado dos cosas: que todo lo que triunfa en taquilla no son bodrios infumables y que los éxitos comerciales se critican por norma.

jueves, 5 de abril de 2012

Huesos sin chispa


Spoilers de Bones hasta el 7x07.

He de reconocer que, si algo tienen las últimas temporadas de Bones, es la capacidad para sorprenderme con un episodio inusualmente bueno de vez en cuando que me impide abandonar la serie. De hecho, los primeros episodios de esta séptima temporada, que volvió el lunes de su eterno parón, fueron así: ver a la doctora Brennan hormonada por el embarazo y dejándose llevar por sus emociones podía tener su punto en el primero, y el interno que introdujeron en el segundo episodio apuntaba maneras (aunque luego nunca más se supo), así que después del bajón que supuso su sexto año, aún había esperanzas para Bones, sobre todo dada la nueva situación sentimental aún por explorar de los protagonistas, que por fin están juntos.

Pero aunque de vez en cuando algunos diálogos y la química entre el reparto salva los episodios, la chispa que hacía destacar a los del Jeffersonian por encima de otros procedimentales ya no está, se ha esfumado. Todos sabemos que precisamente los casos importan poco en esta serie, y sus puntos fuertes siempre han sido el buen rollo que transmite y la dinámica del grupo de trabajo. Sin embargo, los crímenes que investigan últimamente carecen de interés más allá de comprobar cómo de asqueroso será el próximo cadáver, las investigaciones cada vez son más aburridas y ni siquiera los superordenadores de Angela sorprenden o logran sacarme una carcajada como antaño.

Los casos pueden no tener importancia en el concepto de la serie, pero si no causan un mínimo interés que ejerza de gancho, los episodios se pueden hacer muy cuesta arriba. Y lo peor no es que antes sí que conseguieran entretenerme durante los cuarenta minutos y ahora no siempre, sino que además las tramas personales están integradas de manera forzada y poco natural en las escenas a veces (un problema que nunca ha tenido la serie). Por otro lado, me puede interesar y mucho cómo se relacionan Booth y Brennan ahora que son conscientes de lo que sienten y van a formar una familia, pero cuando esto se reduce a dos minutos al final de los episodios acaba no compensando.

Pero, como digo, en ocasiones se acaban sacando de la manga algún episodio genial, como el que se emitió el lunes. Por primera vez en mucho tiempo, me reí a carcajadas al ver a Brennan corriendo entre los presos y a Booth persiguiéndola, me divertí viéndola histérica y amenazando con dar a luz en cuclillas en medio del campo y disfruté con la escena final en la que todos los miembros del equipo de trabajo les reciben por sorpresa para conocer al bebé. Así que de momento, he decidido aguantar hasta el final de esta temporada, que va a ser corta, a ver si nos ofrecen algún capítulo interesante más, que cuando quieren pueden. 

De lo que me doy cada vez más cuenta es de que Bones no es nada sin Brennan, que da igual cuándo y cómo, siempre resulta interesante aun después de siete temporadas. Tanto a la hora de explotar la vis cómica como de adentrarse en el drama (donde destaca especialmente), Emily Deschanel borda un personaje especialmente complejo dentro de una serie con aspiraciones tan simples como Bones. Y aunque a estas alturas, con una competencia tan feroz y la serie de capa caída, es absurdo pedir que la nominen al Emmy, cabrea que por ejemplo Mariska Hargitay tenga su plaza fija año tras año (porque en Ley y Orden siempre le reservan un episodio intensamente dramático para que se luzca) y que actrices de buen nivel que han ido construyendo un personaje poco a poco, a base de matices, sean ignoradas.

domingo, 1 de abril de 2012

Para ser un pez payaso tiene poca gracia

Como hablé de Once Upon a Time el otro día y estoy empeñado en demostrar que tengo una edad mental de once años, hoy me dispongo a hablar de una de las películas que más veces he visto en mi vida, si no la que más. Sí, amigos, estoy hablando de “Finding Nemo”, la película de Pixar en la que Marlin, un pez payaso con muy poca gracia, recorre el océano hasta llegar a Sidney para recuperar a su hijo, Nemo, que se encuentra atrapado en el acuario de la consulta de un dentista.

Cuando se habla de las obras maestras que ha producido Pixar se suelen mencionar en primer lugar Up y Toy Story 3, que se colocaron en la cima de la productora consiguiendo sendas nominaciones a los Oscars no sólo como mejor película de animación, sino como mejor película a secas. Ambas se caracterizan, además de por la perfección técnica y por un sentido del humor destinado a niños con guiños al público adulto, por su capacidad para tocar la fibra sensible de manera extraordinaria. Y aunque todos coincidimos en que hay pocas manchas en el historial de Pixar, nos olvidamos a veces de que con Wall•E se atrevieron a hacer una película casi muda en 2008 o que Buscando a Nemo, sin llegar al estallido emocional que provoca Up, también es una cinta que trasciende el mero entretenimiento infantil. La compañía ha sido grande desde que nació.

Nemo se estrenó allá por 2003, cuando yo tenía 10 años, y a esa edad ya se sabe que si una película te entusiasma corres el riesgo de rayar el DVD. No me atrevería a clasificarla como mi película favorita, pero durante unos años hizo que mi vocación fuese la biología marina: más allá de su humor, su trasfondo o sus carismáticos personajes, lo primero que sorprende es lo bien que aprovecha el universo submarino (una virtud que también tiene otra película que vi hace poco, por cierto, Ponyo en el acantilado). Yo desde entonces flipo con las mantas rayas. Y durante estos nueve años, de vez en cuando, me sigue apeteciendo sacar el DVD de su caja y sumergirme (patapám, pish!) en ella.

Luego están la relación paternofilial entre Marlin y Nemo, que crean en tres escenas y sirve de perfecta base para una aventura tan épica; la entrañable y alocada Dory (mención especial para el doblaje de Anabel Alonso, que lo hace más que bien); los diálogos chispeantes o los habitantes del acuario de la consulta del dentista, a cada cual más loco. Todos estos elementos, que destacan en un momento u otro, consiguen que muchos años después siga disfrutando de ella como cuando tenía diez años. Sinceramente, Buscando a Nemo me parece incluso mejor que Toy Story 3. Esta rodeada por ese aura especial que sólo ciertas películas tienen (Cómo entrenar a tu dragón sería otro ejemplo): te pone de buen humor con facilidad, vuelves a ser un niño un rato y te olvidas de que el mundo es una mierda. Además, Nemo no tendrá la crudeza de Up, pero durante los últimos minutos llega a conmoverte.